lunes, 31 de enero de 2011

IN MEMORIA DI GIOVANNI PAOLO II

Juan Pablo II

REFLEXIÓN SOBRE LA VOCACIÓN

Hermanos y hermanas, he querido reflexionar con ustedes sobre lo que significa la vocación en la persona de Juan Pablo II en su libro " Don y Misterio".
Toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera infinitamente al hombre. Por lo tanto la vocación es el misterio de la elección divina: "No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá." (Jn. 15,16). "Y nadie se arroga esta dignidad, si no es llamado por Dios como lo fue Aarón."( Heb.5,4) «Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones». (Jer. 1,5). Estas palabra inspiradas estremecen profundamente toda alma sacerdotal y de todo bautizado.
Cuantas personas a lo largo de nuestras vidas, han sido presencia visible de este amor de Dios que nos invita a seguirlo.
Viene a mi memoria a obispos, sacerdotesy laicos que  nos han marcado con el escudo de la fe.
Siguiendo con el libro sus primeros pasos fueron encontrarse con el cardenal Metropolitano de Cracovia donde podia ver como su vocación iba creciendo a pesar que en la vida de él la vocación sacerdotal no estaba madura.
Hoy en nuestro pueblo tantos jóvenes y no tan jóvenes se han preguntado en los distintos estados o  situaciones que nos toca vivir como venimos creciendo. Por eso es lindo que nos preguntemos que ha hecho el Señor con nosotros y cual es su proyecto.   
Todos  sabemos que el sueño de Dios es para que seamos felices y no para ser hombres y mujeres sin sueños.
Bueno gracias Juan Pablo, por regalarnos este libro que nos ánima a seguir rezando por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosa. para nuestro pueblo y sobre todo para nuestra diócesis.

domingo, 30 de enero de 2011

Homília de Juan Pablo II, en el Monte de las Bienaventuranzas a los jóvenes 24 de marzo de 2000

John Paul II
"¡Mirad, hermanos, vuestra vocación!" (1 Co 1, 26).

1. Hoy estas palabras de san Pablo se dirigen a todos los que hemos venido aquí, al monte de las Bienaventuranzas. Estamos sentados en esta colina como los primeros discípulos, y escuchamos a Jesús. En silencio escuchamos su voz amable y apremiante, tan amable como esta tierra y tan apremiante como una invitación a elegir entre la vida y la muerte.

¡Cuántas generaciones antes que nosotros se han sentido conmovidas profundamente por el sermón de la Montaña! ¡Cuántos jóvenes a lo largo de los siglos se han reunido en torno a Jesús para aprender las palabras de vida eterna, como vosotros estáis reunidos hoy aquí! ¡Cuántos jóvenes corazones se han sentido impulsados por la fuerza de su personalidad y la verdad apremiante de su mensaje! ¡Es maravilloso que estéis aquí!

Gracias, arzobispo Butros Mouallem, por su amable acogida. Le ruego que transmita mis saludos cordiales a toda la comunidad greco-melquita que usted preside. Extiendo mi saludo fraterno a los numerosos cardenales, al patriarca Sabbah, así como a los obispos y sacerdotes presentes aquí. Saludo a los miembros de las comunidades latina, incluidos los fieles de lengua hebrea, maronita, siria, armenia, caldea y a todos nuestros hermanos y hermanas de las demás Iglesias cristianas y comunidades eclesiales. En particular, doy las gracias a nuestros amigos musulmanes, a los miembros de fe judía, así como a la comunidad drusa.

Este gran encuentro es como un ensayo general de la Jornada mundial de la juventud que se celebrará en Roma en el mes de agosto. El joven que ha hablado ha prometido que tendréis otra montaña, el monte Sinaí.

2. Hace precisamente un mes, tuve la gracia de ir allí, donde Dios habló a Moisés y le entregó la Ley, "escrita por el dedo de Dios" (Ex 31, 18) en tablas de piedra. Estos dos montes, el Sinaí y el de las Bienaventuranzas, nos ofrecen el mapa de nuestra vida cristiana y una síntesis de nuestras responsabilidades ante Dios y ante nuestro prójimo. La Ley y las bienaventuranzas señalan juntas la senda del seguimiento de Cristo y el camino real hacia la madurez y la libertad espiritual.
Los diez mandamientos del Sinaí pueden parecer negativos:  "No habrá para ti otros dioses delante de mí. (...) No matarás. No  cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso..." (Ex 20, 3. 13-16). Pero, de hecho, son sumamente positivos. Yendo más allá del mal que mencionan, señalan el camino hacia la ley del amor, que es el primero y el mayor de los mandamientos:  "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. (...) Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22, 37. 39). Jesús mismo dice que no vino a abolir la Ley, sino a cumplirla (cf. Mt 5, 17). Su mensaje es nuevo, pero no cancela lo que había antes, sino que desarrolla al máximo sus potencialidades. Jesús enseña que el camino del amor hace que la Ley alcance su plenitud (cf. Ga 5, 14). Y enseñó esta verdad tan importante aquí, en este monte de Galilea.

3. "Bienaventurados -dice- los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, los que lloráis, los que tenéis hambre y sed de justicia, los limpios de corazón, los que trabajáis por la paz y los perseguidos". ¡Bienaventurados! Pero las palabras de Jesús pueden resultar extrañas. Es raro que Jesús exalte a quienes el mundo por lo general considera débiles. Les dice:  "Bienaventurados los que parecéis perdedores, porque sois los verdaderos vencedores:  es vuestro el reino de los cielos". Estas palabras, pronunciadas por él, que es "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29), plantean un desafío que exige una profunda y constante metánoia del espíritu, un gran cambio del corazón.

Vosotros, los jóvenes, comprendéis por qué es necesario este cambio del corazón. En efecto, conocéis otra voz dentro de vosotros y en torno a vosotros, una voz contradictoria. Es una voz que os dice:  "Bienaventurados los orgullosos y los violentos, los que prosperan a toda costa, los que no tienen escrúpulos, los crueles, los inmorales, los que hacen la guerra en lugar de la paz y persiguen a quienes constituyen un estorbo en su camino". Y esta voz parece tener sentido en un mundo donde a menudo los violentos triunfan y los inmorales tienen éxito. "Sí", dice la voz del mal, "ellos son los que vencen. ¡Dichosos ellos!".

4. Jesús presenta un mensaje muy diferente. No lejos de aquí, Jesús llamó a sus primeros discípulos, como os llama ahora a vosotros. Su llamada ha exigido siempre una elección entre las dos voces que compiten por conquistar vuestro corazón, incluso ahora, en este monte:  la elección entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. ¿Qué voz elegirán seguir los jóvenes del siglo XXI? Confiar en Jesús significa elegir creer en lo que os dice, aunque pueda parecer raro, y rechazar las seducciones del mal, aunque resulten deseables o atractivas.

Además, Jesús no sólo proclama las bienaventuranzas; también las vive. Él encarna las bienaventuranzas. Al contemplarlo, veréis lo que significa ser pobres de espíritu, ser mansos y misericordiosos, llorar, tener hambre y sed de justicia, ser limpios de corazón, trabajar por la paz y ser perseguidos. Por eso tiene derecho a afirmar:  "¡Venid, seguidme!". No dice simplemente:  "Haced lo que os digo". Dice:  "¡Venid, seguidme!".

Escucháis su voz en este monte, y creéis en lo que os dice. Pero, como los primeros discípulos en el mar de Galilea, debéis dejar vuestras barcas y vuestras redes, y esto nunca es fácil, especialmente cuando  afrontáis un futuro incierto y sentís la tentación de perder la fe en vuestra herencia cristiana. Ser buenos cristianos puede pareceros algo superior a vuestras fuerzas en el mundo actual. Pero Jesús no está de brazos cruzados; no os deja solos al afrontar este  desafío.  Está  siempre  con  vosotros para  transformar  vuestra  debilidad en fuerza. Confiad en él cuando os dice:  "Mi gracia te basta, pues mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12, 9).

5. Los discípulos pasaron algún tiempo con el Señor. Llegaron a conocerlo y amarlo profundamente. Descubrieron el significado de lo que el apóstol san Pedro dijo una vez a Jesús:  "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Descubrieron que las palabras de vida eterna son las palabras del Sinaí y las palabras de las bienaventuranzas. Este es el mensaje que difundieron por todo el mundo.

En el momento de su Ascensión, Jesús encomendó a sus discípulos una misión y les dio una garantía:  "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes. (...) Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20). Desde hace dos mil años los seguidores de Cristo han cumplido esta misión.
Ahora, en el alba del tercer milenio, os toca a vosotros. Toca a vosotros ir al mundo a predicar el mensaje de los diez mandamientos y de las bienaventuranzas. Cuando Dios habla, habla de cosas que son  muy  importantes  para  cada  persona,  para  todas  las  personas  del siglo XXI, del mismo modo que lo fueron para las del siglo I. Los diez mandamientos y las bienaventuranzas hablan de verdad y bondad, de gracia y libertad:  de todo lo que es necesario para entrar en el reino de Cristo.
¡Ahora os corresponde a vosotros ser apóstoles valientes de este reino!
Jóvenes de Tierra Santa, jóvenes del mundo, responded al Señor con un corazón dispuesto y abierto. Dispuesto y abierto, como el corazón de la más grande de las hijas de Galilea, María, la madre de Jesús. ¿Cómo respondió ella? Dijo:  "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).

Oh, Señor Jesucristo, en este lugar que conociste y amaste tanto, escucha a estos corazones jóvenes y generosos. Sigue enseñando a estos jóvenes la verdad de los mandamientos y de las bienaventuranzas. Haz que sean testigos gozosos de tu verdad y apóstoles convencidos de tu reino. Permanece siempre junto a ellos, especialmente cuando seguirte a ti y tu Evangelio sea difícil y exigente. Tú serás su fuerza, tú serás su victoria.

Oh, Señor Jesús, tú has hecho de estos jóvenes tus amigos:  mantenlos siempre junto a ti.
Amén.

Cuarto domingo del Tiempo Ordinario


Evangelio según San Mateo 5,1-12.Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron. Palabra del Señor

ILUMINACIÓN A LA PALABRA

Las lecturas que la liturgía de la Palabra nos ofrece este domingo estan relacionadas con el común tema del pobre, entendido no solamente como aquel que es indigente, sino, sobre todo, como aquel que funda toda su seguridad y esperanza  sólo en Dios.

La primera lectura presenta al pobre, como aquel que a pesar de ser pisoteado de la iniquidad de los poderosos y de las injustícias, no pierde la esperanza, mira con confianza a Dios y sólo en Él apóya su perseverancia.
En la segùnda lectura San Pablo insíste, en que las decisiones tomadas por Dios no síguen las lógicas del mundo: Dios no apunta sobre los hombres de éxito, sino que escoge los más pequeños, los pobres, Dios prefiére a los más débiles, aquellos que a los ojos del mundo no tienen ningún tipo de valor y de poder, porque dice el Apóstol: «Ningún hombre  puede presumir delante de Dios» y sea claro, por lo tanto, que los logros no se obtiénen por poderes o virtudes humanas, sino sólo y esclusivaménte por el Señor. Este es el escandalo permanente en el mundo, llamado a una conversión  de frente a lo aparente ilógico de la lógica divina. Es un escándalo, osea, el obstáculo de todos los cristianos que aún no han conseguído entender el misterio  y el drama de la Encarnación del Verbo.
Por ùltimo, en el Evangelio de las Bienaventuranzas, el pobre aparéce como el protagonísta privilegiado del discurso, difinitivamente el verdadero protagonísta de la história.
Los primeros protagonístas de las Bienaventuranzas son de hecho, «los pobres de espíritu», es una  expresión que tiene por objeto indicar a los que tienen el corazón y la conciencia  íntimamente orientados al Señor.
Ellos son expresión del justo provado por el  sufrimiento y la dificultad. Sin embargo son llamados benditos, felices, porque presisamente sobre ellos se fija con placer la miráda compasiva e misericordiósa de Dios. Este es el pobre, como lo expone realmente el texto bíblico. Los pobres en la Bíblia son «curvos», los anawîm, aquellos que portan un peso sobre la espalda. Ellos son alcanzados por la gracia de Dios y por esto, la palabra los indíca como justos, mansos, humildes. Todas categorías comprendidas dentro de las ocho bienaventuranzas evangelicas. Aparece así, el verdadero significado del pobre justo: él es primero de todo, aquel que no confia principalmente en sí mismo, si no en Dios;  se desprende concreta e interiormente de la posesión de las personas y de las cosas y sobre todo de sí mismo; es aquel que no funda su propia seguridad en los bienes del mundo, sobre el éxito, sobre el poder y sobre el orgullo.
Por este motivo se conviérte en motivo de escandalo para el mundo, porque da testimónio que se puede fundar la vida en Dios, con la segura certeza de su constante presencia y afirma en tal modo que Dios existe y obra.
Cada uno de nosotros es invitado a verificar en que cosa realmente se apoya la propia certeza y sobre cuanto nuestra cotidiana existencia proclame, en los héchos, la preséncia eficáz de Dios en el mundo.



viernes, 28 de enero de 2011

CARTA APOSTÓLICA sobre la figura de " Santo Tomás de Aquino"



SOBRE LAS DOS ACADEMIAS
TEOLÓGICAS PONTIFICIAS
Juan Pablo IIPara perpetua memoria
 
1. Entre los cometidos de las Academias fundadas por los Romanos Pontífices en el decurso de los siglos destaca la investigación en filosofía y teología.
En mi reciente carta encíclica Fides et ratio atribuí gran importancia al diálogo entre la teología y la filosofía, y expuse claramente mi aprecio por el pensamiento de santo Tomás de Aquino, reconociendo su perenne novedad (cf. nn. 43-44).
Con razón, a santo Tomás se le puede llamar «apóstol de la verdad» (n. 44). En efecto, la intuición del doctor Angélico radica en la certeza de que existe una armonía fundamental entre la fe y la razón (cf. n. 43): «Es necesario, por tanto, que la razón del creyente tenga un conocimiento natural, verdadero y coherente de las cosas creadas, del mundo y del hombre, que son también objeto de la revelación divina; más aún, debe ser capaz de articular dicho conocimiento de forma conceptual y argumentativa» (n. 66).
2. En el alba del tercer milenio, muchas condiciones culturales han cambiado. Se notan profundizaciones de gran importancia en el campo de la antropología, pero sobre todo cambios sustanciales en el modo mismo de comprender la condición del hombre frente a Dios, frente a los demás hombres y frente a la creación entera. Ante todo, el mayor desafío de nuestra época brota de la vasta y progresiva separación entre la fe y la razón, entre el Evangelio y la cultura. Los estudios dedicados a este inmenso campo se multiplican día tras día en el marco de la nueva evangelización. En efecto, el anuncio de la salvación encuentra muchos obstáculos, que brotan de conceptos erróneos y de una grave falta de formación adecuada.
3. Un siglo después de la promulgación de la carta encíclica Aeterni Patris de mi predecesor el Papa León XIII, que marcó el inicio de un nuevo desarrollo en la renovación de los estudios filosóficos y teológicos, y en las relaciones entre la fe y la razón, quiero dar nuevo impulso a las Academias pontificias que actúan en este campo, teniendo en cuenta el pensamiento y las orientaciones actuales, así como las necesidades pastorales de la Iglesia.
Por consiguiente, reconociendo la obra llevada a cabo durante siglos por parte de los miembros de la Academia Pontificia Teológica Romana y de la Academia Pontificia de Santo Tomás de Aquino y de Religión Católica, he decidido renovar los Estatutos anexos de esas Academias pontificias, a fin de que puedan desempeñar con mayor eficacia su cometido en el campo filosófico-teológico, para favorecer la misión pastoral del Sucesor de Pedro y de la Iglesia universal.
4. «Doctor humanitatis» es el nombre que di a santo Tomás de Aquino porque siempre estaba dispuesto a acoger los valores de todas las culturas (Discurso a los participantes en el VIII congreso tomista internacional, 13 de septiembre de 1980: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de enero de 1981, p. 7). En las condiciones culturales de nuestro tiempo parece muy oportuno desarrollar cada vez más esta parte de la doctrina tomista que trata de la humanidad, dado que sus afirmaciones sobre la dignidad de la persona humana y sobre el uso de su razón, perfectamente acorde con la fe, convierten a santo Tomás en maestro para nuestro tiempo. En efecto, los hombres, sobre todo en el mundo actual, están preocupados por este interrogante: ¿qué es el hombre? Al usar el apelativo «doctor humanitatis», sigo las directrices del concilio ecuménico Vaticano II sobre el uso de la doctrina del Aquinate tanto en la formación filosófica y teológica de los sacerdotes (cf. decreto Optatam totius, 16), como en la profundización en la armonía y la concordia entre la fe y la razón en las universidades (cf. declaración Gravissimum educationis, 10).
En mi carta encíclica Fides et ratio, publicada recientemente, quise recordar la promulgación, por obra de mi predecesor León XIII, de la carta encíclica Aeterni Patris (4 de agosto de 1879: ASS 11 [1878-1879] 97-115): «El gran Pontífice recogió y desarrolló las enseñanzas del concilio Vaticano I sobre la relación entre fe y razón, mostrando cómo el pensamiento filosófico es una aportación fundamental para la fe y la ciencia teológica. Más de un siglo después, muchas indicaciones de aquel texto no han perdido nada de su interés, tanto desde el punto de vista práctico como pedagógico; sobre todo, lo relativo al valor incomparable de la filosofía de santo Tomás. El proponer de nuevo el pensamiento del doctor Angélico era para el Papa León XIII el mejor camino para recuperar un uso de la filosofía conforme a las exigencias de la fe» (n. 57). Esa carta, realmente memorable, tenía como título: «Carta encíclica sobre la restauración de la filosofía cristiana en las escuelas católicas según el pensamiento de santo Tomás de Aquino, doctor Angélico».
El mismo León XIII, para que las directrices de esa encíclica fueran puestas en práctica, creó la Academia Romana de Santo Tomás de Aquino (cf. carta apostólica Iampridem dirigida al cardenal Antonino De Luca, 15 de octubre de 1879). Al año siguiente, escribió a los cardenales puestos al frente de la nueva Academia, congratulándose por el inicio de los trabajos (cf. carta apostólica del 21 de noviembre de 1880). Después de 15 años aprobó sus Estatutos y emanó ulteriores normas (cf. breve apostólico Quod iam inde, del 9 de mayo de 1895). San Pío X, con la carta apostólica In praecipuis laudibus, del 23 de enero de 1904, confirmó los privilegios y el reglamento de la Academia. Los Estatutos fueron revisados y completados con la aprobación de los Romanos Pontífices Benedicto XV (el 11 de febrero de 1916) y Pío XI, que el 10 de enero de 1934 vinculó a ella la Academia Pontificia de Religión Católica, la cual, en circunstancias entonces muy diversas, había sido fundada en el año 1801 por el reverendo Giovanni Fortunato Zamboni. Me complace recordar a Achille Ratti (1882) y a Giovanni Battista Montini (1922) que, siendo jóvenes sacerdotes, obtuvieron en esta Academia Romana de Santo Tomás el doctorado en filosofía tomista y luego fueron llamados al sumo pontificado, asumiendo los nombres de Pío XI y Pablo VI.
Para hacer realidad los deseos manifestados en mi carta encíclica, me ha parecido oportuno renovar los Estatutos de la Academia Pontificia de Santo Tomás, a fin de que sea instrumento eficaz para bien de la Iglesia y de la humanidad entera. En las actuales circunstancias culturales, antes descritas, resulta conveniente, e incluso necesario, que esta Academia sea como un foro central e internacional para estudiar mejor y con más esmero la doctrina de santo Tomás, de modo que el realismo metafísico del actus essendi, que impregna toda la filosofía y la teología del doctor Angélico, pueda entrar en diálogo con los múltiples impulsos de la investigación y de la doctrina actuales.
Por tanto, yo, con plena conciencia y madura deliberación, y en la plenitud de mi potestad apostólica, en virtud de esta carta, apruebo a perpetuidad los Estatutos de la Academia Pontificia de Santo Tomás de Aquino, legítimamente elaborados y revisados, y les confiero la fuerza de la aprobación apostólica.
5. La Iglesia, Maestra de verdad, ha cultivado sin cesar el estudio de la teología y se ha esforzado por lograr que tanto los clérigos como los fieles, especialmente los llamados al ministerio teológico, estén realmente preparados en ella. Al inicio del siglo XVIII, bajo los auspicios de mi predecesor Clemente XI, se fundó en Roma la Academia Teológica, como sede de las disciplinas sagradas, donde se formaran los espíritus nobles, a fin de que de ella brotaran, como de una fuente, frutos abundantes para la causa católica. Así, ese Sumo Pontífice, con carta del 23 de abril de 1718, instituyó canónicamente este centro de estudios y lo colmó de privilegios. Luego, Benedicto XIII, otro de mis predecesores, que, siendo cardenal, «summa cum animi (...) iucunditate» (cf. carta apostólica del 6 de mayo de 1726) participó en las asambleas y en las actividades de esta Academia, destacó «cuánto esplendor y gloria proporcionaría no sólo a la ciudad de Roma sino también a todo el mundo cristiano, si la Academia se viera fortalecida con nuevas y mayores fuerzas, para que se sostuviera más firmemente y pudiera realizar progresos continuos» (cf. ib.). Este Pontífice no sólo aprobó la Academia que Clemente XI había instituido, sino también la colmó de su benevolencia y de sus dones. Después, Clemente XIV, reconociendo los grandes y abundantes frutos producidos por la Academia Teológica, con la autoridad apostólica aprobó, el 26 de octubre de 1838, los Estatutos sabiamente elaborados. Sin embargo, ahora me ha parecido conveniente que se revisaran esas leyes, a fin de que sean más aptas para lo que exige nuestro tiempo. La misión principal de la teología, hoy, consiste en promover el diálogo entre la Revelación y la doctrina de la fe, y en presentar su comprensión cada vez más profunda. Por ello, acogiendo las sugerencias que me han dirigido para que aprobara estas nuevas leyes, con la intención de que esta ilustre sede de estudios se siga desarrollando, en virtud de esta carta, y a perpetuidad, apruebo los Estatutos de la Academia Teológica Pontificia, legítimamente elaborados y revisados, y les confiero la fuerza de la aprobación apostólica.
6. Todo lo que he decretado en esta carta, dada motu propio, ordeno que tenga valor estable y duradero, no obstante cualquier disposición contraria.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 28 de enero, memoria de santo Tomás de Aquino, del año 1999, vigésimo primero de mi pontificado.

Lectura del Dia 28 de enero de 2011

Evangelio según San Marcos 4,26-34.
Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra:
sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra,
pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra".
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.
No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Leer el comentario del Evangelio por San Cromacio de Aquilea (?-407), obispo
Sermón 30, 2

El grano de trigo que cae en tierra y muere, da mucho fruto (Jn 12,24).
     El Señor se comparó a sí mismo a un grano de mostaza: siendo Dios de gloria y majestad eterna, se hizo un niño muy pequeño, puesto que quiso nacer de una virgen tomando un cuerpo de niño. Lo pusieron en tierra cuando su cuerpo fue enterrado. Pero después de haberse enderezado de entre los muertos por su gloriosa resurrección, creció tanto en la tierra que llegó a ser un árbol en cuyas ramas habitan los pájaros del cielo.

     Este árbol significa la Iglesia que la muerte de Cristo resucitó en  gloria. Sus ramas sólo pueden significar a los apóstoles porque, igual que las ramas son el ornamento natural del árbol, así también los apóstoles, por la belleza de la gracia que han recibido, son el ornamento de la Iglesia de Cristo. Se sabe que sobre sus ramas habitan los pájaros del cielo. Alegóricamente, los pájaros del cielo somos nosotros que, llegando a la Iglesia de Cristo, descansamos sobre la enseñanza de los apóstoles, tal como los pájaros lo hacen sobre las ramas.

jueves, 27 de enero de 2011

El mendigo que confesó a Juan Pablo II


Hace un tiempo, en el programa de televisión de la Madre Angélica en Estados Unidos (EWTN), relataron un episodio poco conocido de la vida Juan Pablo II.
Un sacerdote norteamericano de la diócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta de que conocía a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. Ahora mendigaba por las calles.
El cura, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.
Al día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de asistir a la Misa privada del Papa al que podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno sintió el impulso de arrodillarse ante el santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.
Un día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.
El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, les respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez sacerdote, sacerdote siempre". "Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero", insistió el mendigo. "Yo soy el obispo de Roma, me puedo encargar de eso", dijo el Papa.
El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.

jueves 27 Enero 2011 Catequesis del Papa Benedicto XVI




CIUDAD DEL VATICANO, jueves 27de enero de 2011-  El Papa Benedicto XVI  durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI.
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Queridos hermanos y hermanas
hoy quisiera hablaros de Juana de Arco, una joven santa de finales de la Edad Media, muerta a los 19 años, en 1431. Esta santa francesa, citada muchas veces en el Catecismo de la Iglesia Católica, es particularmente cercana a santa Catalina de Siena, patrona de Italia y de Europa, de la que hablé en una reciente catequesis. Son de hecho dos jóvenes mujeres del pueblo, laicas y consagradas en la virginidad, dos místicas comprometidas, no en el claustro, sino en medio de las realidades más dramáticas de la Iglesia y del mundo de su tiempo. Son quizás las figuras más características de esas “mujeres fuertes” que, a finales de la Edad Media, llevaron sin miedo la gran luz del Evangelio en las complejas vicisitudes de la historia. Podríamos colocarla junto a las santas mujeres que permanecieron en el Calvario, cerca de Jesús crucificado y de María, su Madre, mientras que los Apóstoles habían huído y el propio Pedro había renegado tres veces de él. La Iglesia, en ese periodo, vivía la profunda crisis del gran cisma de Occidente, que duró casi 40 años. Cuando Catalina de Siena murió, en 1380, hay un Papa y un Antipapa; cuando Juana nace, en 1412, hay un Papa y dos Antipapas. Junto a esta laceración dentro de la Iglesia, había continuas guerras fratricidas entre los pueblos cristianos de Europa, la más dramática de las cuales fue la interminable “Guerra de los cien años” entre Francia e Inglaterra.
Juana de Arco no sabía ni leer ni escribir, pero puede ser conocida en lo más profundo de su alma gracias a dos fuentes de excepcional valor histórico: los dos Procesos que se le hicieron. El primero, el Proceso de Condena (PCon), contiene la transcripción de los largos y numerosos interrogatorios de Juana durante los últimos meses de su vida (febrero-mayo de 1431), y recoge las propias palabras de la Santa. El segundo, el Proceso de Nulidad de la Condena, o de "rehabilitación" (PNul), contiene los testimonios de cerca de 120 testigos oculares de todos los periodos de su vida (cfr Procès de Condamnation de Jeanne d'Arc, 3 vol. y Procès en Nullité de la Condamnation de Jeanne d'Arc, 5 vol., ed. Klincksieck, París l960-1989).
Juana nació en Domremy, un pequeño pueblo situado en la frontera entre Francia y Lorena. Sus padres eran campesinos acomodados, conocidos por todos como muy buenos cristianos. De ellos recibió una buena educación religiosa, con una notable influencia de la espiritualidad del Nombre de Jesús, enseñada por san Bernardino de Siena y difundida en Europa por los franciscanos. Al Nombre de Jesús se une siempre el Nombre de María y así, en el marco de la religiosidad popular, la espiritualidad de Juana es profundamente cristocéntrica y mariana. Desde la infancia, ella demuestra una gran caridad y compasión hacia los más pobres, los enfermos y todos los que sufren, en el contexto dramático de la guerra.
De sus propias palabras, sabemos que la vida religiosa de Juana madura como experiencia a partir de la edad de 13 años (PCon, I, p. 47-48). A través de la “voz” del arcángel san Miguel, Juana se siente llamada por el Señor a intensificar su vida cristiana y también a comprometerse en primera persona por la liberación de su pueblo. Su inmediata respuesta, su “sí”, es el voto de virginidad, con un nuevo empeño en la vida sacramental y en la oración: participación diaria en la Misa, Confesión y Comunión frecuentes, largos momentos de oración silenciosa ante el Crucificado o ante la imagen de la Virgen. La compasión y el compromiso de la joven campesina francesa ante el sufrimiento de su pueblo se hicieron más intensos por su relación mística con Dios. Uno de los aspectos más originales de la santidad de esta joven es precisamente este vínculo entre experiencia mística y misión política. Tras los años de vida oculta y de maduración interior sigue el bienio breve, pero intenso, de su vida pública: un año de acción y un año de pasión.
Al inicio del año 1429, Juana comienza su obra de liberación. Los numerosos testimonios nos muestran a esta joven mujer con sólo 17 años como una persona muy fuerte y decidida, capaz de convencer a hombres inseguros y desanimados. Superando todos los obstáculos, encuentra al Delfín de Francia, el futuro Rey Carlos VII, que en Poitiers la somete a un examen por parte de algunos teólogos de la Universidad. Su juicio es positivo: no ven en ella nada de malo, sólo una buena cristiana.
El 22 de marzo de 1429, Juana dicta una importante carta al Rey de Inglaterra y a sus hombres que asedian la ciudad de Orléans (Ibid., p. 221-222). La suya es una propuesta de verdadera paz en la justicia entre los dos pueblos cristianos, a la luz de los nombres de Jesús y de María, pero es rechazada esta propuesta, y Juana debe empeñarse en la lucha por la liberación de la ciudad, que tiene lugar el 8 de mayo. El otro momento culminante de su acción política es la coronación del Rey Carlos VII en Reims, el 17 de julio de 1429. Durante un año entero, Juana vive con los soldados, realizando entre ellos una verdadera misión de evangelización. Son numerosos sus testimonios sobre su bondad, su valor y su extraordinaria pureza. Es llamada por todos y ella misma se define “la doncella”, es decir, la virgen.
La pasión de Juana comienza el 23 de mayo de 1430, cuando cae prisionera en las manos de sus enemigos. El 23 de diciembre es conducida a la ciudad de Ruán. Allí se lleva a cabo el largo y dramático Proceso de Condena, que comienza en febrero de 1431 y acaba el 30 de mayo con la hoguera. Es un proceso grande y solemne, presidido por dos jueces eclesiásticos, el obispo Pierre Cauchon y el inquisidor Jean le Maistre, pero en realidad enteramente conducido por un nutrido grupo de teólogos de la célebre Universidad de París, que participan en el proceso como asesores. Son eclesiásticos franceses, que habiendo tomado la decisión política opuesta a la de Juana, tienen a priori un juicio negativo sobre su persona y sobre su misión. Este proceso es una página conmovedora de la historia de la santidad y también una página iluminadora sobre el misterio de la Iglesia, que, según las palabras del Concilio Vaticano II, es “al mismo tiempo santa y siempre necesitada de purificación” (LG, 8). Es el encuentro dramático entre esta Santa y sus jueces, que son eclesiásticos. Juana es acusada y juzgada por estos, hasta ser condenada como hereje y mandada a la muerte terrible de la hoguera. A diferencia de los santos teólogos que habían iluminado la Universidad de París, como san Buenaventura, santo Tomás de Aquino y el beato Duns Scoto, de quienes he hablado en algunas catequesis, estos jueces son teólogos a los que faltan la caridad y la humildad de ver en esta joven la acción de Dios. Vienen a la mente las palabras de Jesús según las cuales los misterios de Dios se revelan a quien tiene el corazón de los pequeños, mientras que permanecen escondidos a los doctos y sabios que no tienen humildad (cfr Lc 10,21).  Así, los jueces de Juana son radicalmente incapaces de comprenderla, de ver la belleza de su alma: no sabían que condenaban a una Santa. 
La apelación de Juana a la decisión del Papa, el 24 de mayo, fue rechazada por el tribunal. La mañana del 30 de mayo recibe por última vez la santa comunión en la cárcel, y justo después fue llevada al suplicio en la plaza del mercado viejo. Pidió a uno de los sacerdotes que le pusiera delante de la hoguera una cruz de la procesión. Así muere mirando a Jesús Crucificado y pronunciando muchas veces y en voz alta el Nombre de Jesús (PNul, I, p. 457; cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 435). Casi 25 años más tarde, el Processo di Nullità, abierto bajo la autoridad del Papa Calixto III, concluye con una solemne sentencia que declara nula la condena (7 de julio de 1456; PNul, II, p 604-610). Este largo proceso, que recoge la declaración de testigos y juicios de muchos teólogos, todos favorables a Juana, pone de relieve su inocencia y su perfecta fidelidad a la Iglesia. Juana de Arco fue canonizada en 1920 por Benedicto XV.
Queridos hermanos y hermanas, el Nombre de Jesús, invocado por nuestra santa hasta los últimos instantes de su vida terrena, fue como la respiración de su alma, como el latido de su corazón, el centro de toda su vida. El “Misterio de la caridad de Juana de Arco”, que tanto fascinó al poeta Charles Péguy, es este total amor a Jesús, y al prójimo en Jesús y por Jesús. Esta santa comprendió que el Amor abraza toda la realidad de Dios y del hombre, del cielo y de la tierra, de la Iglesia y del mundo. Jesús siempre estuvo en primer lugar durante toda su vida, según su bella afirmación: “Nuestro Señor es servido el primero”(PCon, I, p. 288; cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 223).
Amarlo significa obedecer siempre a su voluntad. Ella afirmó con total confianza y abandono: “Me confío a mi Dios Creador, lo amo con todo mi corazón” (ibid., p. 337). Con el voto de virginidad, Juana consagra de forma exclusiva toda su persona al único Amor de Jesús: es “su promesa hecha a nuestro Señor de custodiar bien su virginidad de cuerpo y de alma” (ibid., p. 149-150). La virginidad del alma es el estado de gracia, valor supremo, para ella más precioso que la vida: es un don de Dios que ha recibido y custodiado con humildad y confianza. Uno de los textos más conocidos del primer Proceso tiene que ver con esto: “Interrogada sobre si creía estar en la gracia de Dios, responde: Si no lo estoy, quiera Dios ponerme; si estoy, quiera Dios mantenerme en ella” (ibid., p. 62; cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 2005).
Nuestra santa vivió la oración como una forma de diálogo continuo con el Señor, que ilumina también su diálogo con los jueces y dándole paz y seguridad. Ella pidió con fe: “Dulcísimo Dios, en honor a vuestra santa Pasión, os pido, si me amáis, de de revelarme como debo responder a estos hombres de la Iglesia”(ibid., p. 252). Juana ve a Jesús como el “Rey del Cielo y de la Tierra”. De esta manera, en su estandarte Juana hizo pintar la imagen de “Nuestro Señor que sostiene el mundo” (ibid., p. 172), icono de su misión política. La liberación de su pueblo es una obra de justicia humana, que Juana cumple en la caridad, por amor a Jesús. El suyo es un bello ejemplo de santidad para los laicos que trabajan en la vida política, sobre todo en las situaciones más difíciles. La fe es la luz que guía ante cada elección, como testificará un siglo más tarde, otro gran santo, el inglés Tomás Moro. En Jesús, Juana contempla también la realidad de la Iglesia, la “Iglesia triunfante” del Cielo, y la “Iglesia militante” de la tierra. Según sus palabras “es un todo Nuestro Señor y la Iglesia” (ibid., p. 166). Esta afirmación citada en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 795), tiene un carácter verdaderamente heroico en el contexto del Proceso de Condena, frente a sus jueces, hombres de la Iglesia, que la persiguieron y la condenaron. En el amor de Jesús, Juana encontró la fuerza para amar a la Iglesia hasta el fin, incluso en el momento de la condena.
Me complace recordar como santa Juana de Arco tuvo una profunda influencia sobre una joven santa de la época moderna: Teresa del Niño Jesús. En una vida completamente distinta, transcurrida en la clausura, la carmelitana de Lisieux se sintió muy cercana a Juana, viviendo en el corazón de la Iglesia y participando en los sufrimientos de Jesús para la salvación del mundo. La Iglesia las ha reunido como Patronas de Francia, después de la Virgen María. Santa Teresa expresó su deseo de morir como Juana, pronunciando el Nombre de Jesús (Manoscritto B, 3r), la animaba el mismo amor hacia Jesús y hacia el prójimo, vivido en la virginidad consagrada.
Queridos hermanos y hermanas, con su testimonio luminoso, santa Juana de Arco nos invita a un alto nivel de la vida cristiana: hacer de la oración el hilo conductor de nuestros días; tener plena confianza en el cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que esta sea; vivir en la caridad sin favoritismos, sin límites y teniendo, como ella, en el Amor de Jesús, un profundo amor a la Iglesia. Gracias.

EVANGELIO DEL DIA

Evangelio según San Marcos 4,21-25.Jesús les decía: "¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?
Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!".
Y les decía: "¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía.
Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene". Palabra de Dios.


Pablo VI, papa de 1963-1978
Exhortación apostólica « Evangelii nuntiandi » § 80

La lámpara sobre el candelero
     El fervor de los grandes predicadores y evangelizadores cuya vida se entregó al apostolado, inspira nuestra llamada a evangelizar hoy... Ellos supieron sobrepasar muchos obstáculos a la evangelización; también nuestra época conoce numerosos obstáculos entre los cuales nos limitamos a mencionar la falta de fervor. Tanto más grave porque viene de dentro; se manifiesta en el cansancio y desencanto, la rutina y el desinterés, y sobre todo la falta de gozo y esperanza. Exhortamos, pues, a los que, por cualquier título o escalafón, tienen la tarea de evangelizar que alimenten el ellos el fervor del espíritu... 

     Conservemos el fervor del espíritu. Mantengamos el dulce y reconfortante gozo de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas (Sl 125,5). Que para nosotros –tal como lo fue para Juan Bautista, para Pedro y Pablo, para los demás apóstoles, para una muchedumbre de admirables evangelizadores a lo largo de la historia de la Iglesia- sea un impulso interior que nunca nadie ni nada pueda apagar. Que sea el gran gozo de nuestras vidas entregadas. Y que el mundo de nuestro tiempo que busca, tan pronto en la angustia, tan pronto en la esperanza, pueda recibir la Buena Noticia, no de evangelizadores tristes y descorazonados, impacientes o ansiosos, sino de ministros del Evangelio cuya vida irradia  fervor, que son ellos mismos los primeros en recibir el gozo de Cristo, y aceptan poner en juego su vida para que el Reino sea anunciado y la Iglesia implantada en el corazón del mundo.

miércoles, 26 de enero de 2011

Consagración a la Virgen de los Treinta y Tres, Visita de Juan Pablo II a Uruguay


En el marco de la segunda visita pastoral a Uruguay del Santo Padre Juan Pablo II el 8 de mayo de 1988 tuvo lugar la Consagración a la Virgen de los Treinta y Tres. La Virgen, cuya fiesta central se celebra el 2do domingo de noviembre, es una pequeña talla barroca de la Asunción de la Virgen y procede de los talleres de las misiones que los Jesuitas tenian en el Paraguay. Tiene solo 35 cm de alto y porta desde 1857 una corona de oro y piedras preciosas. Fué coronada canónicamente en 1961, por concesión de Su Santidad Juan XXIII; quien al año siguiente la proclamó oficialmente "Patrona del Uruguay”

Consagración a la Virgen de los Treinta y Tres
Oración de Juan Pablo II
Florida, Uruguay
Domingo 8 de mayo de 1988

¡Feliz porque has creído, Madre del Redentor!
Ante tu imagen sagrada, oh Virgen de los Treinta y Tres,
todo el pueblo del Uruguay,
que te reconoce como Madre y Patrona,
se confía unánime a mis labios para ensalzarte:
“¡Feliz porque has creído!”,
y con inefable gratitud te aclama Maestra de su fe.
Tu mirada bondadosa acompaña los caminos de evangelización
y sostiene con amor solícito
la peregrinación de fe y de esperanza
de todo el Pueblo de Dios en esta sierra,
que en ti pone su confianza, a ti encomienda sus aspiraciones,
su futuro de paz, de progreso, de fidelidad a Cristo.

¡Bendita entre las mujeres! ¡Bendito el fruto de tu seno!
Madre del Verbo de la vida, Virgen de Nazaret,
te encomiendo encarecidamente en este día
todas las familias del Uruguay.
Que sean felices afianzando más y más
el vínculo indisoluble y sagrado del matrimonio;
que sean benditas porque respetan la vida que nace,
como don que viene de Dios,
desde el mismo seno materno.
Haz que cada familia sea de veras una iglesia doméstica,
–a imagen de tu hogar de Nazaret–,
donde Dios esté presente
para hacer llevadero el yugo suave de su ley que es siempre amor,
y donde los hijos puedan crecer en sabiduría y gracia,
sin que les falte el alimento, la educación, el trabajo.
Que el amor de todos los uruguayos hacia ti,
se traduzca en respeto y promoción de la mujer,
ya que eres espejo de su vocación y dignidad,
con la Iglesia y en la sociedad.

Catequesis de Benedicto XVI sobre San Timoteo y Tito, nos enseñan a ser generosos en el servicio del Evangelio...

Continuando con la catequesis sobre los Apóstoles y los primeros miembros de la Iglesia, el Papa Benedicto XVI dedicó este miércoles la Audiencia General a las figuras de los santos Timoteo y Tito, dos de los colaboradores más estrechos de San Pablo y destinatarios de sus cartas neotestamentarias.
Benedicto XVI recordó que Timoteo, "pastor de gran relieve", fue el primer Obispo de Éfeso, mientras Tito, a quien Pablo definió como su "verdadero hijo en la fe común", fue Obispo de Creta.
Estos personajes, dijo el Santo Padre, "nos dicen que San Pablo se sirvió de colaboradores para su misión: él es el apóstol por antonomasia, pero no estaba solo, se apoyaba en personas de confianza que compartían sus dificultades y responsabilidades".
El Santo Padre destacó "la prontitud" de Timoteo y Tito para "asumir diversos encargos, que consistían a menudo en representar a Pablo en ocasiones a veces nada fáciles, enseñándonos así a servir al Evangelio con generosidad, sabiendo que esto lleva aparejado un servicio a la Iglesia".
Benedicto XVI citó como ejemplo las palabras que San Pablo dirige a Tito en su epístola, exhortándolo a permanecer firme en la verdadera doctrina "para que los que ya hayan creído en Dios pongan empeño en que se les reconozca por las buenas obras. Esto es bueno y útil para los hombres".
"Mediante nuestro compromiso concreto debemos y podemos descubrir la verdad de esas palabras, especialmente en este tiempo de Adviento: también nosotros debemos ser ricos de buenas obras para abrir así las puertas del mundo a Cristo, nuestro Salvador".

EVANGELIO DEL DIA: 26/01/11 San Timoteo y San Tito, obispos - Memoria


Evangelio según San Lucas 10,1-9.Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'.
PALABRA DE DIOS
Catecismo de la Iglesia católica
§ 863-865


Timoteo y Tito, sucesores de los apóstoles
     Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de san Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto ella es «enviada» al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado». Se llama «apostolado» a «toda la actividad del Cuerpo Místico» que tiende a «propagar el Reino de Cristo por toda la tierra» (Vaticano II: AA 2).

     «Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia», es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo. Según sean las vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero siempre es la caridad, alimentada sobre todo en la Eucaristía, «que es como el alma de todo apostolado» (AA 3).

     La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos «el Reino de los cielos», «el Reino de Dios», que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él, hecho en él «santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor» (Ef 1,4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, «la Esposa del Cordero», «la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios; y «la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero» (Ap 21,9-11.14).

martes, 25 de enero de 2011

Testamento de Juan Pablo II


6.3.1979
Totus Tuus ego sum
En el Nombre de la Santísima Trinidad. Amén.
"Velad porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor" (cf.Mt 24, 42), estas palabras me recuerdan la última llamada, que vendrá en el momento que quiera el Señor. Quiero seguirle y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrenal me prepare para este momento. No sé cuando llegará, pero como todo, también deposito este momento en las manos de la Madre de mi Maestro: Totus Tuus. En sus manos maternas lo dejo todo y a todos aquellos con quienes me ha ligado mi vida y mi vocación. En esas manos dejo sobre todo a la Iglesia y también a mi nación y a toda la humanidad. A todos doy las gracias. A todos pido perdón. Pido también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad y mi indignidad.
Durante los ejercicios espirituales he releído el testamento del Santo Padre Pablo VI. Su lectura me ha llevado a escribir el presente testamento.
No dejo tras de mí propiedad alguna de la que sea necesario disponer. En cuanto a las cosas de uso cotidiano que me servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Que se quemen mis apuntes personales. Pido que se encargue de todo esto don Stanislao a quien doy las gracias por la gran colaboración y la ayuda prolongadas en estos años. Todos los demás agradecimientos, en cambio, los dejo en el corazón ante Dios mismo, porque es difícil expresarlos.
En lo que se concierne al funeral, repito las mismas disposiciones que dio el Santo Padre Pablo VI (nota al margen: la sepultura en la tierra, no en un sarcófago, 13.3.92)
"apud Dominum misericordia
et copiosa apud Eum redemptio"
Juan Pablo II
Roma, 6. III. 1979
Después de la muerte pido Santas Misas y oraciones
5.III.90
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Folio sin fecha:
Expreso mi más profunda confianza en que, a pesar de toda mi debilidad, el Señor me conceda todas las gracias necesarias para hacer frente según Su voluntad a cualquier tarea, prueba o sufrimiento que quiera pedir a su siervo en el curso de la vida. También tengo confianza en que no permitirá jamás que, mediante cualquier actitud mía: palabras, obras u omisiones, traicione mis obligaciones en esta Santa Sede Petrina.
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24.II-1.III.1980
También durante estos ejercicios espirituales he reflexionado sobre la verdad del sacerdocio de Cristo en la perspectiva de aquel tránsito que para cada uno de nosotros es el momento de la propia muerte. Del adiós a este mundo para nacer a otro, al mundo futuro, signo elocuente (escrito encima: decisivo) es para nosotros la Resurrección de Cristo.
He leído por tanto mi testamento del último año, lectura efectuada también durante los ejercicios espirituales, la he comparado con el testamento de mi gran predecesor y padre Pablo VI, con ese testimonio sublime de la muerte de un cristiano y de un Papa y he renovado en mí la conciencia de las cuestiones a las que se refiere el registro del 6.III.1979 que yo había preparado –de forma bastante provisional.
Hoy sólo quiero añadir esto, que cada uno debe tener presente la perspectiva de la propia muerte. Y debe estar preparado para presentarse frente al Señor y Juez y, al mismo tiempo frente al Redentor y al Padre. Así, yo también lo tengo continuamente en consideración, confiando ese momento decisivo a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza.
Los tiempos que vivimos son indeciblemente difíciles e inquietos. También el camino de la Iglesia se ha vuelto difícil y tenso, tanto para los fieles como para los pastores, prueba característica de estos tiempos. En algunos países –como por ejemplo en aquel del cual he leído en los ejercicios espirituales– la Iglesia se encuentra en un periodo de persecución tal que no es inferior a la de los primeros siglos, al contrario, incluso los supera por el grado de impiedad y odio. Sanguis martyrum - semen christianorum. Y además esto: muchas personas inocentes desaparecen también en este país en que vivimos...
Deseo una vez más confiarme totalmente a la gracia del Señor. Él mismo decidirá cuándo y cómo tengo que terminar mi vida terrena y mi ministerio pastoral. En la vida y en la muerte Totus Tuus con la Inmaculada. Aceptando ya desde ahora esta muerte, espero que Cristo me conceda la gracia para el último pasaje, es decir la Pascua, (la mía). También espero que haga que sea yo útil para esta causa tan importante a la que intento servir: la salvación de la humanidad, la salvaguarda de la familia humana, y con ella de todas las naciones y todos los pueblos, –entre ellos también me dirijo de forma particular a mi Patria terrena– útil para las personas que de modo particular me ha confiado, para velar por la Iglesia, para la gloria de Dios.
No quiero añadir nada a lo que escribí hace un año, sólo manifestar esta disposición y también esta confianza a las que nuevamente me han dispuesto los ejercicios espirituales.
Juan Pablo II
Totus Tuus ego sum
5.III.1982
En el curso de los ejercicios espirituales de este año he leído (varias veces) el texto del testamento del 6.III.1979. A pesar de que todavía lo considero provisional (no definitivo) lo dejo como existe. No cambio nada (por ahora) y tampoco agrego, en lo que se refiere a las disposiciones que contiene.
El atentado contra mi vida el 13.V.1981 confirmó, de alguna forma la exactitud de las palabras escritas en el periodo de los ejercicios espirituales de 1980 ( 24.II- 1.III).
Cuanto más profundamente siento que me encuentro totalmente en Manos de Dios, permanezco continuamente a disposición de mi Señor, confiándome a Él en su Madre Inmaculada (Totus Tuus).
Juan Pablo II pp. II

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5.III.82
En lo que respecta a la última frase de mi testamento del 6.III.79: "Sobre el lugar del funeral decida el Colegio Cardenalicio y los compatriotas. Aclaro que pienso en: el metropolitano de Cracovia o el Consejo General del Episcopado de Polonia. Pido por tanto al Colegio Cardenalicio que satisfaga en la medida de lo posible las eventuales peticiones de los más anteriormente citados.
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1.III.1985 (en el curso de los ejercicios espirituales).
De nuevo –en lo referente a la expresión "Colegio Cardenalicio y los Compatriotas–: el "Colegio Cardenalicio" no tiene obligación alguna de interpelar sobre este argumento a " los Compatriotas": sin embargo, puede hacerlo, si por alguna razón lo considerase justo.
JPII
Los ejercicios espirituales del año jubilar del 2000
(12-18.III)
(para el testamento)
1. Cuando el día 16 de febrero de 1978 el cónclave de los cardenales eligió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, Cardenal Stefan Wyszynsk, me dijo: "La tarea del nuevo Papa será introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio". No sé si repito exactamente la frase, pero al menos ese era el sentido de lo que sentí entonces. Lo dijo el hombre que ha pasado a la historia como Primado del Milenio. Un gran primado. He sido testigo de su misión, de su entrega total. De sus luchas: de su victoria. "La victoria, cuando llegue, será una victoria a través de María". Estas palabras de su predecesor, el Cardenal August Hlond, las solía repetir el Primado del Milenio.
De este modo, me he preparado para la tarea que el día 16 de octubre de 1978 se presentó ante mí. En el momento en que escribo estas palabras, el Año Jubilar del 2000 ya es una realidad. La noche del 24 de diciembre de 1999 se abrió la Puerta Santa del Gran Jubileo en la Basílica de San Pedro, después la de San Juan de Letrán, la de Santa María la Mayor, en año nuevo y el día 19 de enero la puerta de la Basílica de San Pablo de Extramuros. Este último acto, dado su carácter ecuménico, ha quedado grabado en mi memoria de modo particular.
2. A medida que pasa el Año Jubilar del 2000, un día tras otro, se cierra tras nosotros el siglo XX y se abre el siglo XXI. Según los designios de la Providencia se me ha concedido vivir en el difícil siglo que se está acabando, que empieza a pertenecer al pasado y ahora, en el año en que alcanzo los 80 años de vida ('octogesima adveniens'), es necesario preguntarse si no es tiempo de repetir con el bíblico Simeón: 'Nunc dimittis'.
El día 13 de mayo de 1981, el día del atentado al Papa durante la audiencia general en la Plaza San Pedro, la Divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. Aquel que es único Señor de la vida y de la muerte, Él mismo me ha prolongado esta vida, en un cierto modo me la ha vuelto a dar. Desde aquel momento pertenece aún más a Él. Espero que Él me ayudará a reconocer hasta cuando debo continuar este servicio, al que me llamó el día 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando quiera. "Pues si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor" (cf. Rm 14, 8). Espero que hasta que pueda realizar el servicio petrino en la Iglesia, la Misericordia de Dios me obtenga las fuerzas necesarias para ello.
3. Como todos los años, durante los ejercicios espirituales he leído mi testamento del 6.III.1979. Sigo manteniendo las disposiciones contenidas en él. Lo que entonces y durante los sucesivos ejercicios espirituales he añadido es un reflejo de la difícil y tensa situación general, que ha marcado los años ochenta. Desde el otoño de 1989 esta situación ha cambiado. El último decenio del siglo pasado ha estado libre de las tensiones anteriores; esto no significa que no hayan surgido nuevos problemas y dificultades. De modo particular, sea alabada la Divina Providencia por ello, el periodo de la llamada "guerra fría" terminó sin el violento conflicto nuclear que pesaba sobre el mundo en el periodo precedente.
4. Al encontrarme en el umbral del tercer milenio "in medio Ecclesiae", deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, –del que junto a la Iglesia entera y todo el episcopado– me siento deudor. Estoy convencido de que las nuevas generaciones podrán servirse todavía durante mucho tiempo de las riquezas proporcionadas por este Concilio del siglo XX. Como obispo que ha participado en el evento conciliar desde el primer hasta el último día, deseo confiar este gran patrimonio a todos aquellos que son y serán llamados a ponerlo en práctica en el futuro. Por mi parte, doy gracias al Pastor Eterno que me ha permitido servir a esta grandísima causa en el curso de todos los años de mi pontificado.
"In medio Ecclesiae"... desde los primeros años de servicio episcopal –precisamente gracias al Concilio– he podido experimentar la comunión fraterna del episcopado. Como sacerdote de la arquidiócesis de Cracovia ya conocía la comunión fraterna en el presbiterado- el Concilio abrió una nueva dimensión de esta experiencia".

5. ¡Cuántas personas tendría que nombrar aquí! Probablemente el Señor Dios habrá llamado a Sí a la mayoría de ellos. En lo que respecta a los que todavía se encuentran en esta parte, que las palabras de este testamento les recuerden, a todos y en todas partes, allí en donde se encuentren.
En el curso de más de veinte años en que presto el servicio Petrino "in medio Ecclesiae" he experimentado la bondadosa y muy fecunda colaboración de tantos cardenales, arzobispos y obispos, de tantos sacerdotes y personas consagradas –hermanos y hermanas–, en fin, de tantísimas personas laicas, en la Curia, en el Vicariato de la diócesis de Roma, y también fuera de estos ambientes.
¡Cómo no abrazar con grata memoria a todos los episcopados del mundo, con los cuales me he encontrado a lo largo de las visitas "ad limina Apostolorum"! ¡Cómo no recordar también a tantos hermanos cristianos no católicos! !Y al rabino de Roma y a tantos numerosos representantes de las religiones no cristianas! !Y cuántos representantes del mundo de la cultura, de la ciencia, de la política, de los medios de comunicación social!
6. A medida que se avecina el límite de mi vida terrena vuelvo con la memoria al principio, a mis padres, al hermano y la hermana –que no conocí porque murió antes de que yo naciese–, a la parroquia de Wadowice donde fui bautizado, a esa ciudad que amo, a mis coetáneos, compañeras y compañeros de la escuela primaria, del bachillerato, de la universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajé como obrero y después en la parroquia de Niegowic, en la cracoviana de San Floriano, en la pastoral de los universitarios, en aquel ambiente .... en todos los ambientes ... en Cracovia y en Roma ... en las personas que de forma especial el Señor me ha confiado.
Quiero decir a todos sólo una cosa: "Que Dios os recompense".
"In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum"
A.D.
17.III.2000

Sobre su Escudo Pontificio

Otro signo de su amor filial a Santa María es su escudo pontificio: sobre un fondo azul, una cruz amarilla, y bajo el madero horizontal derecho, una "M", también amarilla, representando a la Madre que estaba "al pie de la cruz", donde -a decir de San Pablo- en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo. En su sorprendente sencillez, su escudo es, pues, una clara expresión de la importancia que el Santo Padre le reconoce a Santa María como eminente cooperadora en la obra de la reconciliación realizada por su Hijo.
Su escudo se alza ante todos como una perenne y silente profesión de un amor tierno y filial hacia la Madre del Señor Jesús, y a la vez, es una constante invitación a todos los hijos de la Iglesia para que reconozcamos su papel de cooperadora en la obra de la reconciliación, así como su dinámica función maternal para con cada uno de nosotros. En efecto, "entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, "acoge entre sus cosas propias" a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su "yo" humano y cristiano: "La acogió en su casa". Así el cristiano, trata de entrar en el radio de acción de aquella "caridad materna", con la que la Madre del Redentor "cuida de los hermanos de su Hijo", "a cuya generación y educación coopera" según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los pies de la Cruz y en el cenáculo".
La profundización de la teología y de la devoción mariana -en fiel continuidad con la ininterrumpida tradición católica- es una impronta muy especial de la persona y pontificado del Santo Padre.

Oración para implorar favores por intercesión del Siervo de Dios, el Papa Juan Pablo II


Oh Trinidad Santa,
Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II 
y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, 
la gloria de la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor.
Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia
 y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva 
             de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la 
    vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, 
el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido 
en el número de tus santos.
Amén.

CONFERENCIA EPISCOPAL URUGUAYA

De izquierda a derecha: Mons. Pablo Galimberti (Obispo de Salto), Mons. Hermes Garín (Obispo Auxiliar de Canelones), Mons. Calos Collazzi (Obispo de Mercedes), Mons. Rodolfo Wirz (Obispo de Madonado) Mons. Raúl Scarrone (Obispo de Florida), Mons. Julio Bonino (Obispo de Tacuarembó), Mons. Martín Pérez Scremini (Obispo de Florida), Mons. Anselmo Guido Pecorari (NUNCIO APOSTÓLICO), Mons. Nicolás Cotugno (Arzobispo de Montevideo), Mons. Roberto Cáceres (Obispo emérito de Melo), Mons. Arturo Fajardo (Obispo de San José de Mayo), Mons. Orlando Romero (Obispo emérito de Canelones), Mons. Alberto Sanguinetti (Obispo de Canelones) Mons. Jaime Fuentes (Obispo de Minas), Mons. MNilton Tróccoli (Obispo auxiliar de Montevideo) y Rev. P. Claudìu-Cãtãlin Cartes (Secretario de la Nunciatura)

Abba Pater

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Eleccion Papa Juan Pablo II

LECTURA DEL DIA

Evangelio según San Marcos 16,15-18.
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;
podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán". Palabra de Dios


Leer el comentario del Evangelio por : San Cirilo de Jerusalén
«¿No es éste el que nos perseguía?» (Hch 9,21)
     «No nos predicamos a nosotros mismos, predicamos que Cristo es Señor, y nosotros siervos vuestros por Jesús» (2C 4,5). ¿Quién es ese testigo que anuncia a Cristo? El que antes era su perseguidor. ¡Qué maravilla! El que hasta hace poco era perseguidor, ahora anuncia a Cristo. ¿Por qué? ¿Será que lo han comprado? Pero no es él persona para dejarse persuadir de esta forma. ¿Es el hecho de haber visto a Cristo en esta tierra que lo ha cegado? Pero Jesús ya había subido al cielo. Saulo había salido de Jerusalén para perseguir a la Iglesia de Cristo, y tres días más tarde, en Damasco, el perseguidor se había transformado en predicador. ¿Bajo qué influencia? Algunos apelan a gente de su partido como testigos en favor de sus amigos. Yo, digo lo contrario, a ti, mi antiguo enemigo, te he hecho mi testigo.

     ¿Todavía dudas? Grande es el testimonio de Pedro y de Juan, pero... eran personas de casa. Cuando el testigo es el antiguo enemigo, un hombre que más tarde morirá por la causa de Cristo, ¿quién podría todavía dudar del valor de su testimonio? Estoy lleno de admiración por los planes del Espíritu Santo...: concede a Pablo, el antiguo perseguidor, escribir sus catorce cartas... Puesto que no se podía contradecir su enseñanza, concedió al que anteriormente había sido su enemigo y perseguidor, escribir más que Pedro y Juan; así vemos como es sólida nuestra fe común. En cuanto a Pablo, efectivamente, todos quedaban estupefactos: «¿Acaso no es éste el mismo que nos perseguía? ¿No vino aquí para llevársenos encadenados?» (Hch 9,21). No estéis tan extrañados, decía Pablo. Lo sé muy bien; para mí  «es duro dar coces contra el aguijón» (Hch 26,14). «No soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios» (1C 15,9); «Dios tuvo compasión de mí, porque no sabía lo que hacía»... «Dios derrochó su gracia en mí» (1Tm 1,13-14).