miércoles, 16 de marzo de 2011

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II



Miércoles de ceniza 28 de febrero de 1979


1. «Convertíos a mí de todo corazón, en ayuno... Convertíos a Yavé, vuestro Dios» (Jl 2, 12. 13).
He aquí que hoy anunciamos la Cuaresma con las palabras del Profeta Joel, y la comenzarnos con toda la Iglesia. Anunciamos la Cuaresma del año del Señor 1979 con un rito que es aún más elocuente que las palabras del Profeta. La Iglesia bendice hoy la ceniza obtenida de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año pasado, para imponerla sobre cada uno de nosotros. Inclinemos, pues, nuestras cabezas. y reconozcamos en el signo de la ceniza toda la verdad de las palabras dirigidas por Dios al primer hombre: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (Gén 3, 19).
¡Sí! Recordemos esta realidad, sobre todo, durante el tiempo de Cuaresma, al que nos introduce hoy la liturgia de la Iglesia. Es un "tiempo fuerte". En este período las verdades divinas deben hablar a nuestros corazones con una fuerza muy particular. Deben encontrarse con nuestra experiencia humana, con nuestra conciencia. La primera verdad proclamada hoy recuerda al hombre su caducidad, la muerte, que es el fin de la vida terrena para cada uno de nosotros. La Iglesia insiste mucho hoy sobre esta verdad, comprobada por la historia de cada hombre: Acuérdate de que "al polvo volverás". Acuérdate de que tu vida sobre la tierra tiene un límite.
2. Pero el mensaje del miércoles de ceniza no acaba aquí. Toda la liturgia de hoy advierte: Acuérdate de aquel límite; pero al mismo tiempo: ¡No te quedes en ese límite! La muerte no es sólo una necesidad "natural". La muerte es un misterio. Ciertamente, entramos en el tiempo particular en el que toda la Iglesia. más que nunca, quiere meditar sobre la muerte como misterio del hombre en Cristo. Cristo-Hijo de Dios aceptó la muerte como necesidad de la naturaleza, como parte inevitable de la suerte del hombre sobre la tierra. Jesucristo aceptó la muerte como consecuencia del pecado. Desde el principio, la muerte está unida al pecado: la muerte del cuerpo («al polvo volverás») y la muerte del espíritu humano a causa de la desobediencia a Dios, al Espíritu Santo. Jesucristo aceptó la muerte en señal de obediencia a Dios, para restituir al espíritu humano el don pleno del Espíritu Santo. Jesucristo aceptó la muerte para vencer al pecado. Jesucristo aceptó la muerte para vencer a la muerte en la esencia misma de su misterio perenne.
3. Por esto el mensaje del miércoles de ceniza se expresa con las palabras de San Pablo: «Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortara por medio de nosotros. Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en El fuéramos justicia de Dios» (2Cor 5, 20-21).
¡Colaborad con El!
El significado del miércoles de ceniza no se limita a recordarnos la muerte y el pecado; es también una fuerte llamada a vencer el pecado, a convertirnos. Lo uno y lo otro expresan la colaboración con Cristo. ¡Durante la Cuaresma tenemos ante los ojos toda la "economía" divina de la gracia y de la salvación! En este tiempo de Cuaresma acordémonos de «no recibir en vano la gracia de Dios» (2Cor 6, 1).
Jesucristo mismo es la gracia más sublime de la Cuaresma. Es El mismo quien se presenta ante nosotros en la sencillez admirable del Evangelio: de su palabra y de sus obras. Nos habla con la fuerza de su Getsemaní, del juicio ante Pilato, de la flagelación, de la coronación de espinas, del vía crucis, de su crucifixión, con todo aquello que puede conmover al corazón del hombre.
Toda la Iglesia desea estar particularmente unida a Cristo en este período cuaresmal, para que su predicación y su servicio sean aún más fecundos. «Este es el tiempo propicio, éste es el día de la salud» (2Cor 6. 2).
4. Vencido por la profundidad de la liturgia de hoy, te digo, pues, a Ti, Cristo, yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma, con todos mis hermanos y hermanas en la única fe de tu Iglesia, con todos los hermanos y hermanas de la inmensa familia humana:
«Apiádate de mí, ¡oh Dios!, según tu benignidad. / Por vuestra gran misericordia borra mi iniquidad. Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro / y renueva dentro de mí un espíritu recto. No me arrojes de tu presencia / y no quites de mí tu santo espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación, / sosténgame un espíritu generoso» (Sal 50).
«Entonces Yavé, encendido en celo por su tierra, perdonó a su pueblo» (Jl 2, 18).
Amén.

viernes, 11 de marzo de 2011

Carta Pastoral de Mons. Jaime Fuentes Obispo de Minas sobre la Cuaresma 2011

 
Hoy, Miércoles de Ceniza, comienzan a correr cuarenta días, que bien pueden ser los más importantes del año. ¿Por qué? Porque, si aprovechamos bien la gracia de Dios que traen consigo, podremos terminar este tiempo de Cuaresma percibiendo, radiantes, que Jesucristo vive, que me quiere, que dio su vida por mí. En pocas palabras: la Cuaresma bien vivida nos llevará a saborear el sentido de esta sublime exclamación: ¡Felices Pascuas!
¿Qué debemos hacer, pues, para sacarle el máximo partido a este tiempo litúrgico, que termina con la celebración incomparable de la resurrección de Jesús? En primer lugar, someter el alma a un “chequeo” para decirle sinceramente al Señor, con el Salmo que recitamos en la Misa de hoy: “Yo reconozco mi delito, y mi pecado está de continuo ante mí. Contra Ti, contra Ti sólo he pecado y he hecho lo que es malo a tus ojos” (Salmo 50). A continuación, pedirle humildemente con el mismo Salmo: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva en mi interior un espíritu firme. Lávame y quedaré más blanco que la nieve”.

Implorando esta gracia de conversión –sin ella, sin el auxilio divino, no podemos dar ni un paso-, insistiremos: “Ten misericordia de mí, Dios mío, según tu bondad; según tu inmensa compasión borra mi delito. Lávame por completo de mi culpa, y purifícame de mi pecado.

PARA HACER UN CHEQUEO

En este itinerario de conversión, de acercamiento a Dios, la dificultad mayor la tendría una persona que, haciendo su “chequeo” espiritual, dijera que no encuentra nada de qué arrepentirse, que él o ella es “buena gente”, que nunca mató a nadie, que nunca robó, que… ¡Pobre!, habría que ayudarla. Un modo puede ser ir desmenuzando cada uno de los siete pecados capitales:

- La soberbia, para empezar, con sus innumerables expresiones: incomprensiones puramente imaginarias, silencios amargos, ofensas inventadas, quejas, discusiones inmotivadas…

- La avaricia, el apegamiento a lo que se tiene, aunque no sea mucho en cantidad, que lleva a faltas de caridad elementales, de generosidad, de preocupación por los otros…A tener como norma de conducta el “yo-mi-me-conmigo”…

- La lujuria: actos contrarios a la castidad, dentro y fuera del matrimonio; deseos consentidos, miradas televisivas y en vivo y en directo, faltas al pudor… y un largo etcétera.

- La ira: ¡ay la violencia doméstica, verbal y también física!; en la familia y también en el trabajo, en el tránsito, en la calle…

- La gula: borracheras, comilonas, excesos permanentes que llevan a otras faltas, porque los pecados están todos hermanados y se ayudan entre sí.

- La envidia, que aliada con la soberbia tiene efectos desastrosos: críticas, difamaciones, verdaderas calumnias, chismes, divisiones…

- La pereza, que está metida en todo: nos da pereza rezar, trabajar con responsabilidad, hacer un favor…

En fin, estos son apenas unos pocos ejemplos, que pueden servir para conocernos mejor y reconocer la necesidad que tenemos de purificación: este caer en la cuenta es el principio de la conversión, de comenzar a sentir que somos hijos de Dios y que debemos empeñarnos en desarraigar de la propia vida lo que no condice con lo que somos. Después, en el silencio acompañado de la oración personal, nos conmoveremos meditando el capítulo 15 del evangelio de San Lucas: cada uno es ese hijo que, volviendo a casa, ve que el Padre sale a su encuentro, se le echa al cuello y se lo come a besos.

Durante el tiempo de Cuaresma, especialmente, hay que darle mucho trabajo a los sacerdotes, acercándonos al confesonario para abrir el propio corazón y descargar en el de Jesús –es el mismo Cristo quien por medio del sacerdote nos perdona- toda la basura que, al terminar la confesión, será triturada y enterrada para siempre: en la presencia de Dios, ¡“eso” nunca existió!

Entonces comienza la nueva vida, el vivir en gracia de Dios, que es vida gratuita, regalo divino: Dios empieza nuevamente a habitar en nuestra alma y a hacer que nuestra existencia tenga un relieve insospechado.

Hace pocos días fui con un amigo por la ruta 12, desde Minas hasta Pan de Azúcar, regresando luego por Valle Edén. Me quedé extasiado. Más de una vez me habían hablado de la belleza de ese paisaje, pero hasta ahora no había podido disfrutar de él: cerros y quebradas, montes de eucaliptos, inesperados horizontes que cambian en cada curva… Una delicia.

Vivir en gracia de Dios, ser de verdad sus amigos, saberse hermanos de Jesucristo y experimentar su presencia; empeñarse en sintonizar en Él los propios pensamientos y acciones… Todo esto es infinitamente más valioso que Valle Edén o, si se quiere así, es un volver al Edén, cuando el hombre y la mujer vivían en perfecta amistad y amor con su Creador.

Que nadie piense que estoy hablando de poesía o para místicos cultivadores de la vida espiritual: ser hijos de Dios y conformarse con “ir tirando”, con “la vamos llevando”, es inaceptable. La Cuaresma nos ofrece un año más la posibilidad de recomenzar a tener conciencia de nuestra dignidad.

LA CUARESMA DE MARTÍNEZ

“Hazme sentir gozo y alegría”, se lee también en el Salmo 50. “Aparta tu rostro de mis pecados y borra todas mis culpas”. Es el ruego lleno de esperanza que brota del corazón arrepentido. Y, junto con la humilde petición de perdón, el hombre siente necesidad de demostrar con hechos la sinceridad de su arrepentimiento.

Un mes atrás llevé casi hasta la cumbre del Verdún, en el auto –pequeño “privilegio” del Obispo- a un amigo que de otra manera no podía subir. Llegamos, rezamos, admiramos el precioso panorama que se ofrece a la vista, y emprendimos el descenso. Era domingo, y me encantó encontrar a unas cuantas personas subiendo el Cerro. En un momento, por la impresión que me causó, paré el auto: una mujer mayor, morena, voluminosa, con pelo entrecano, llevaba de la mano a dos niños y, supongo que eran sus nietos, otros dos iban también con ella. Subía lentamente, con dificultad. Y subía descalza.

Estuve pensando mucho en esa abuela, en su fe y en la transmisión de la fe a sus nietos que, estoy seguro, nunca olvidarán su ejemplo. La fe, como el amor, es sacrificada. Y se entiende sin dificultad que, durante el tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos anime especialmente a mostrar con nuestras obras la hondura del arrepentimiento por nuestros pecados.

Desde siempre, la oración, el ayuno y la limosna son los medios privilegiados para demostrarlo. ¡Qué oración la de esa mujer! Cada uno tiene que encontrar sus propios modos –cómo, cuándo, dónde- de expresar a Dios lo que lleva en su alma.

Quizás convenga aclarar que el ayuno no es un régimen para adelgazar. Estamos en un nivel diferente: se ayuna para manifestarle a Dios el arrepentimiento por haberlo ofendido; lo hago porque sé que estoy excesivamente apegado a la comida y/o a la bebida; se ayuna porque está experimentado que el alma aspira a volar muy alto… pero le gana lo que le pide el cuerpo. Entonces se entiende que hay que “domarlo”.

No obstante, es necesario actuar con sentido común, no vaya a ser que a uno le pase lo de Martínez, un personaje de José María Pemán que en una Cuaresma decidió ofrecerle a Dios el sacrificio de no fumar.

Que le costó, y mucho, lo supo Martínez y también su esposa. El hombre anduvo muy nervioso, se irritaba por cosas mínimas y, más de una vez, por cumplir su propósito penitencial, perdió la paciencia, levantó la voz…

El caso es que al terminar la Cuaresma, Martínez consiguió su objetivo y, vaya uno a saber si no fue por eso mismo, Martínez se murió. En las puertas del Cielo lo recibió San Pedro.

- ¿Tú quién eres?, le preguntó.

- Soy Martínez, contestó. ¿Cuándo puedo entrar?, preguntó impaciente.

- Veamos, veamos cuáles son tus méritos, dijo San Pedro mientras consultaba el gran fichero de los admitidos al Cielo.

- ¡Acabo de pasar toda la Cuaresma sin fumar!, exclamó Martínez con orgullo.

San Pedro buscaba y buscaba y no parecía encontrar la ficha.

- No te encuentro, le dijo mientras revisaba una vez más.

- ¿Cómo es posible?, se intranquilizó nuestro amigo. ¡Con el trabajo que me costó!

- No, no encuentro tu ficha, concluyó San Pedro.

- ¡Debe ser un error!, se quejó Martínez. ¿No podrías buscar por última vez?, le rogó.

San Pedro accedió. Tomó el gran fichero y comenzó a pasar las fichas una por una. Finalmente exclamó:

- ¡Aquí está!

- ¡Ya sabía yo que era una equivocación!, dijo Martínez. ¡Cómo no se me iba a tener en cuenta, con lo que me costó!...

- No, lo siento, aclaró San Pedro; en realidad, no es tuya la ficha, fue una confusión. Lo que dice es: SEÑORA DE MARTÍNEZ. Y te voy a leer lo que está anotado en ella: “Su esposo pasó una Cuaresma sin fumar”.

Más allá de la broma, es importante enfocar bien el ayuno, tratando de detectar cuáles son los apegamientos a los que uno debería renunciar: más difícil que el ayuno corporal, y más importante, será, por ejemplo, renunciar a un programa de televisión que impide conversar en familia o en el cual y con el cual se ofende y ofendo a Dios. O, yendo a un terreno que nos resulta muy costoso, a lo mejor es necesario proponerse renunciar a UN mate, que puede ser la causa por la que se dilata, o no se hace, un rato de oración. En fin, la casuística resultaría interminable.

El profeta Daniel le dijo al rey Nabucodonosor: - Majestad, acepta de buen grado mi consejo: expía tus pecados con limosnas, y tus iniquidades socorriendo a los pobres (Daniel 4, 24). Es un consejo de validez permanente, muy a tener en cuenta en este tiempo de purificación: ¿cómo pretender vivir en paz con Dios y con uno mismo, mientras otros hermanos míos no tienen nada de lo que a mí me sobra? ¿Cómo es que tanto se endurece el corazón, que se hace insensible a las necesidades más elementales de los demás? ¡Hay tanto para rectificar en nuestra vida!...

Le pido al Señor, por intercesión de su Madre Santísima, que en esta Cuaresma queramos dar un paso adelante en nuestra vida de hijos de Dios, Padre nuestro. Es mucho lo que Él tiene derecho a esperar de cada uno de nosotros y no podemos defraudarlo.

Los bendigo con todo afecto en el Señor,

+ Jaime Fuentes

Obispo de Minas



jueves, 10 de marzo de 2011

CUARESMA 2011

Estimados hermanos, he querido compartir este mensaje que la congregación del clero les dirige a los sacerdotes en la cuaresma 2011
Y  a nosotros nos  puede ayudar a profundizar  sobre todo a rezar por nuestros pastores, pidiendo al Señor que surgan más vocaciones sacerdotales para nuestra iglesia
  
MENSAJE A LOS SACERDOTES
Cuaresma 2011

S. Em. R. el Cardenal Mauro Piacenza
Prefecto de la Congregación para el Clero

Queridos hermanos en el Sacerdocio,

El tiempo de gracia, que se nos ofrece para vivirlo juntos, nos llama a una conversión renovada, así como siempre nuevo es el Regalo del Sacerdocio ministerial, a través del cual, el Señor Jesús se hace presente en nuestras vidas y, por medio de ellas, en la vida de todos los hombres.
Conversión, para nosotros Sacerdotes, significa sobre todo conformar cada vez más nuestra vida a la predicación, que cotidianamente podemos ofrecer a nuestros fieles, si de tal modo nos transformamos en “fragmentos” del Evangelio viviente, que todos puedan leer y acoger.
Fundamento de una tal actitud es, sin duda, la conversión a la propia identidad: ¡debemos convertirnos en aquello que somos! La identidad, recibida sacramentalmente y acogida por nuestra humanidad herida, nos pide la progresiva conformación de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestras actitudes, de todo cuanto somos a la imagen de Cristo Buen Pastor, que ha sido impresa sacramentalmente en nosotros. 
Tenemos que entrar en los Misterios que celebramos, especialmente en la Santísima Eucaristía, y dejarnos plasmar por ellos; ¡Es en la Eucaristía que el Sacerdote redescubre la propia identidad! Es en la celebración de los Divinos Misterios donde se puede descubrir el “como” ser pastores y el “qué cosa” sea necesario hacer, para serlo verdaderamente al servicio de los hermanos.
Un mundo descristianizado necesita de una nueva evangelización, pero una nueva evangelización exige Sacerdotes “nuevos”, pero no en el sentido del impulso superficial de una efímera moda pasajera, sino con un corazón profundamente renovado por cada Santa Misa; renovado según la medida del amor del Sagrado Corazón de Jesús, Sacerdote y Buen Pastor.
Particularmente urgente es la conversión del ruido al silencio, de la preocupación por el “hacer” al “estar” con Jesús, participando cada vez más conscientemente de Su ser. ¡Cada acción pastoral tiene que ser siempre eco y dilatación de lo que el Sacerdote es!
Tenemos que convertirnos a la comunión, redescubriendo lo que realmente significa: comunión con Dios y con la Iglesia, y, en ella, con los hermanos. La comunión eclesial se caracteriza fundamentalmente por la conciencia renovada y experimentada de vivir y anunciar la misma Doctrina, la misma Tradición, la misma historia de santidad y, por lo tanto, la misma Iglesia. Estamos llamados a vivir la Cuaresma con un profundo sentido eclesial, redescubriendo la belleza de estar en una comunidad en éxodo, que incluye a todo el Orden sacerdotal y a toda nuestra gente, que mira a los propios Pastores como a un modelo de segura referencia y espera de ellos un renovado y luminoso testimonio.
Tenemos que convertirnos a la participación cotidiana del Sacrificio de Cristo sobre la Cruz. Así como Él dijo y realizó perfectamente aquella sustitución vicaría, que ha hecho posible y eficaz nuestra Salvación, así cada sacerdote, alter Christus, es llamado, como los grandes santos, a vivir en primera persona el misterio de tal sustitución, al servicio de los hermanos, sobre todo en la fiel celebración del Sacramento de la Reconciliación, buscándolo para sí mismos y ofreciéndolo generosamente a los hermanos, juntamente con la dirección espiritual, y con la oferta cotidiana de la propia vida en reparación por los pecados del mundo. Sacerdotes serenamente penitentes delante del Santísimo Sacramento, que capaces de llevar la luz de la sabiduría evangélica y eclesial en las circunstancias contemporáneas, que parecen desafiar nuestra fe, se vuelvan en realidad auténticos profetas, capaces, a su vez, de lanzar al mundo el único desafío auténtico: el desafío del Evangelio, que llama a la conversión.
A veces, la fatiga es verdaderamente grande y experimentamos ser pocos, con respecto a las necesidades de la Iglesia. Pero, si no nos convertimos, seremos cada vez menos, porque sólo un sacerdote renovado, convertido, “nuevo” se convierte en instrumento eficaz, a través del cual, el Espíritu llama a nuevos sacerdotes.
Confiamos este camino cuaresmal, a la Bienaventurada Virgen María, Reina de los Apóstoles, suplicando a la Divina Misericordia, que sobre el modelo de la Madre celeste, nuestro corazón sacerdotal se vuelva también “Refugium peccatorum”.

martes, 1 de marzo de 2011

Benedicto XVI: “el aborto no resuelve nada”

Audiencia a los participantes a la Asamblea General del PAV 

 En una sociedad caracterizada a menudo por "el eclipse del sentido de la vida", el Papa Benedicto XVI ha afirmado una vez más que "el aborto no resuelve nada", sino que crea gravísimos problemas a todas las personas implicadas. 
 El Pontífice recibió el pasado sábado en audiencia a los participantes a la XVII Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida (PAV), subrayando el "engaño" al que se induce " la conciencia de muchas mujeres que piensan encontrar en el aborto la solución a las dificultades familiares, económicas, sociales, o a problemas de salud de sus hijos".
 "Especialmente en esta última situación, la mujer es convencida, a menudo por los mismos médicos, de que el aborto representa no sólo una elección moralmente lícita, sino que además es un acto 'terapéutico' necesario para evitar el sufrimiento del niño y de su familia y una carga 'injusta' para la sociedad", declaró.
 "Sobre un trasfondo cultural caracterizado por el eclipse del sentido de la vida, en el que se ha atenuado la percepción común de la gravedad moral del aborto y de otras formas de atentar contra la vida humana, se exige a los médicos una especial fortaleza para continuar afirmando que el aborto no resuelve nada, pero que mata al niño, destruye a la mujer y ciega la conciencia del padre del niño, arruinando a menudo, la vida familiar".
 Este deber, subrayó, no afecta sólo "a la profesión médica o a los profesionales sanitarios".
 De hecho es necesario que "toda la sociedad defienda el derecho a la vida del concebido y el verdadero bien de la mujer, que nunca, bajo ninguna circunstancia, verá cumplido en la elección del aborto".
 Del mismo modo también hace falta "proveer de las ayudas necesarias a las mujeres que lamentablemente, ya han recurrido al aborto, y que ahora experimentan todo el drama moral y existencial".
 En este contexto, el Papa recordó las múltiples iniciativas, "a nivel diocesano o a través de entes individuales de voluntariado", que ofrecen "apoyo psicológico y espiritual para una recuperación humana completa".

"La solidaridad de la comunidad cristiana no puede renunciar a este tipo de corresponsabilidad", afirmó.
 


Conciencia moral
 
 La cuestión del aborto, prosiguió Benedicto XVI, interpela a la conciencia moral del individuo.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1778), la conciencia moral es "un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho".
 
 De hecho, es deber de la conciencia moral "discernir el bien del mal en las diversas situaciones de la existencia, con el fin de que, sobre la base de este juicio, el ser humano pueda libremente orientarse hacia el bien".

"Cuantos quisieran negar la existencia de la conciencia moral en el hombre, reduciendo su voz al resultado de condicionamientos externos o a un fenómeno puramente emotivo, y es importante afirmar que la calidad moral de la acción humana no es un valor extrínseco o bien opcional y no es ni siquiera un prerrogativa de los cristianos o de los creyentes, sino común en todo ser humano", indicó el Pontífice.
 
 "En la conciencia moral Dios habla a cada uno y lo invita a defender la vida humana en todo momento. En este vínculo personal con el Creador está la dignidad profunda de la conciencia moral y la razón de su inviolabilidad".

"Aún cuando el hombre rechaza la verdad y el bien que el Creador le propone, Dios no le abandona, sino que a través de la voz de la conciencia, continúa buscándole y hablándole, para que reconozca su error y se abra a la Misericordia divina capaz de sanar cualquier herida".
 

Promover la investigación
 
 Otro importante argumento afrontado en la Asamblea Plenaria de la PAV fue "el uso de bancos de cordón umbilical, para fines clínicos y de investigación".
 Está en juego el valor y por tanto el compromiso de la investigación médico- científica " no sólo para los investigadores sino para toda la comunidad civil", y de ello nace el "deber de promocionar las investigaciones éticamente válidas por parte de las instituciones y el valor de la solidaridad de los individuos en la participación en investigaciones dirigidas a promover el bien común".
 En el caso del uso de células madre provenientes del cordón umbilical, reconoció el Pontífice, "se trata de aplicaciones clínicas importantes y de investigaciones prometedoras a nivel científico, pero que para su realización, muchas dependen de la generosidad, en la donación de la sangre del cordón en el momento del parto, por parte de las parturientas".
 Por esto, invitó a los presentes a hacerse "promotores de una verdadera y consciente solidaridad humana y cristiana".
 En este contexto, recordó que "muchos investigadores médicos con razón miran con perplejidad el creciente florecer de bancos privados de almacenamiento de la sangre del cordón para exclusivo uso autólogo". Opción que "además de carecer de una real superioridad científica respecto a la donación del cordón, debilita el genuino espíritu de solidaridad que debe animar constantemente la búsqueda de ese bien común al que, en última instancia, la ciencia y la investigación médica tienden".

Por esta razón, concluyó con la esperanza de que los presentes mantengan "siempre vivo el espíritu de auténtico servicio que hace sensibles a los corazones y a las mentes para reconocer las necesidades de los hombres que son nuestros contemporáneos".
 





LAS PRUEBAS FILOSÓFICAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS.

                                                                                                  
A partir de una charla con un jóven me ha surguido la necesidad de hablar sobre este tema que a lo largo de estos últimos siglos se viene planteando  y sobre todo poniendo en cuestión
Ojala que a todos nos ayude a mirar y poder reflexionar desde la fe y la razón como lo cita Juan PabloII en la enciclica " Fides et Ratio" públicada en setiembre de 1998 «La relación actual entre la fe y la razón exige un atento esfuerzo de discernimiento, ya que tanto la fe como la razón se han empobrecido y debilitado una ante la otra. La razón, privada de la aportación de la Revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerle perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal. Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición. Del mismo modo, una razón que no tenga ante sí una fe adulta no se siente motivada a dirigir la mirada hacia la novedad y radicalidad del ser».  El Papa, por el contrario, se coloca en la tradición de la Iglesia que ya con San Agustín y Santo Tomás de Aquino hablan de fe y de razón como dos realidades llamadas a vivir necesariamente en armonía. «La fe y la razón --escribe al inicio de la encíclica-- son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad».


Del libro de ESTRADA, Juan A., La pregunta por Dios, Desclée de Brouwer, S.A., 2005, extractamos el siguiente pasaje, al cual comentaremos luego. Se trata de un pasaje de la sección titulada: “Revisión de las pruebas: el Dios de los filósofos”.

“El nuevo contexto postmoderno o de modernidad tardía resalta el carácter limitado, contingente, y situado de la razón, en contraste con las epistemologías soberanas de la metafísica tradicional. Desde ahí se han revisado las pruebas tradicionales de la existencia de Dios en la teología natural, la prueba cosmológica en su doble perspectiva de causa eficiente y final, es decir, el argumento de la contingencia y el del orden del mundo. Analicemos algunas perspectivas filosóficas sobre el teísmo y la nueva comprensión del cosmos que se ha impuesto en el siglo XX.

En lo que corresponde a la existencia de Dios en el Universo ha sido quizás Bertrand Russell el que mejor ha sintetizado las objeciones , siguiendo las líneas abiertas por Hume y Kant. No podemos referirnos con sentido al universo como un todo, ya que formamos parte de él y no hay ningún hecho al que podamos designar y objetivar como mundo. Hay que asumir la extrapolación del discurso sobre el mundo, y renunciar a verlo como algo contingente y necesitado  de una causa que lo fundamente y le dé consistencia, en la línea del porqué hay algo y no nada. Si el mundo no es contingente no necesitaría una causa externa y la misma categoría de causalidad es intramundana y no podemos aplicarla al universo en su conjunto. El universo no necesita explicación, es algo positivo y dado, sin más. La postulación de Dios no lo hace más explicable y apelar a Dios como principio racional no quiere decir que exista realmente. Ni siquiera sabemos porqué todo tendría que tener una razón suficiente para existir, ni si las cosas siempre deben ser inteligibles y tener sentido.

Por otro lado, afirmar que hay un Dios causa del mundo, no sólo implica un uso indebido de una categoría mundana, que no podemos usar fuera de su ámbito, sino que llevaría consecuentemente a la pregunta de cuál es la causa de Dios (la causa de la causa divina), ya que no se justifica quedarnos en él como causa última y no seguir preguntando. Consecuentemente, tenemos que renunciar a seguir hablando de Dios como causa del mundo. La afirmación no tiene sentido y, de tenerlo, sería inverificable. En la misma línea se rechaza que pasemos del orden del mundo a un creador, que haya que referirse a un único ordenador y no a varios, y que el orden haya que verlo como producto de una mente similar a la humana. Tras Hume y Darwin, se resalta hoy la relatividad de un universo dinámico en proceso, la posibilidad de entenderlo conceptualmente sin recursos a una mente superior divina, y la necesidad de explicarlo desde principios internos de la misma evolución, sin recurrir a agentes externos. Se puede asumir además el surgimiento del orden desde el caos [en nota se refiere a teorías que “vinculan orden y caos”, y hace referencia a la “autoorganización” del universo] y aceptar el azar como explicación última de los orígenes y funcionamiento de la naturaleza, contra las metafísicas deductivas anteriores. La imposibilidad de comparar el universo existente con otro cualquiera, impide hablar de probabilidad e improbabilidad para explicar el orden existente. La explicación naturalista es, al menos, tan comprensible como la de una mente divina, cuyo orden habría que explicar.

Hay algunas conclusiones que parecen evidentes a partir de este análisis. Por un lado, hay que aceptar la imposibilidad de una demostración racional del teísmo, y que las pruebas de la teología natural clásica no son conclusivas.” (pp. 376 – 378).

Éste es el texto. Pasemos ahora a su análisis, para lo cual lo volveremos a copiar en negrita, e intercalaremos nuestros comentarios en tono normal:

“El nuevo contexto postmoderno o de modernidad tardía resalta el carácter limitado, contingente, y situado de la razón, en contraste con las epistemologías soberanas de la metafísica tradicional.

En primer lugar, a lo largo de todo el libro el autor pasa de constatar un cambio de opinión más o menos generalizado entre los filósofos a postular una pérdida de validez del modo tradicional de filosofar. La consigna parece ser NUEVO = VERDADERO, o POSTERIOR = SUPERIOR. En todo caso, no se puede dejar de notar el inmenso conformismo y aún la inactividad intelectual que supone el guiarse únicamente por la moda como criterio de verdad o de aceptabilidad de las afirmaciones o teorías.

En segundo lugar, las “epistemologías soberanas”, en ese tono retórico que por alguna razón es tan del agrado de la “postmodernidad”, se califican simplemente como “tradicionales”, sin el menor esfuerzo por distinguir entre la soberbia excesiva que efectivamente han tenido algunos planteos de la Modernidad, y la profunda y sensata reflexión epistemológica de la filosofía antigua y de la  Escolástica, por ejemplo.

Desde ahí se han revisado las pruebas tradicionales de la existencia de Dios en la teología natural, la prueba cosmológica en su doble perspectiva de causa eficiente y final, es decir, el argumento de la contingencia y el del orden del mundo. Analicemos algunas perspectivas filosóficas sobre el teísmo y la nueva comprensión del cosmos que se ha impuesto en el siglo XX.  En lo que corresponde a la existencia de Dios en el Universo ha sido quizás Bertrand Russell el que mejor ha sintetizado las objeciones , siguiendo las líneas abiertas por Hume y Kant.

Probablemente se trate de un detalle menor, pero de todos modos señalamos que Russell no tiene nada de "postmoderno" en el sentido en que habitualmente se entiende ese término, y menos aún, obviamente, Hume y Kant.

No podemos referirnos con sentido al universo como un todo, ya que formamos parte de él y no hay ningún hecho al que podamos designar y objetivar como mundo.

El mundo, entonces, no puede ser un "objeto" en el sentido de algo frente a nosotros de lo que no formemos parte.  Pero de ahí a concluir que ése es el único y esencial significado de "objeto" y "objetividad", o que el mundo no existe, o que no hay una totalidad de las cosas, nos parece demasiado. Si para poner en duda la existencia de Dios hay que dudar de la del mundo, o negarla, entonces ya se ha demostrado la existencia de Dios, por ello mismo.

Pero además, es muy difícil que no exista una totalidad de las cosas. Si no hay tal totalidad, o no podemos hablar con sentido de ella, entonces será porque sí tiene sentido pensar en una cantidad que no es totalmente ella misma. Es decir, habría cosas, pero no la totalidad de ellas. Faltarían por tanto algunas de las que hay, lo cual es difícil de entender.

Lo que sucede es que el autor sigue en esto, probablemente, a Kant, para el cual no podemos afirmar la existencia de "cosas", en general, sino que solamente percibimos "fenómenos" relativos a nuestra constitución cognoscitiva. En efecto, decir que no podemos afirmar que haya cosas es la única forma de decir que no podemos decir que hay la totalidad de las cosas, es decir, el "mundo".

Pero entonces, afirmar que las pruebas de la existencia de Dios han sido superadas por esta razón, es suscribir la filosofía kantiana, o la de Hume, que es parecida en este punto, y es la que inspira a Russell, en el cual se inspira finalmente Estrada. Nos preguntamos ¿porqué esa filosofía habría de ser más verdadera que la de Aristóteles o la de Santo Tomás de Aquino, que afirma lo contrario? Ni siquiera es verdad que sea la única hoy día, ni que la otra no tenga también hoy multitud de seguidores. En cuanto a los argumentos filosóficos que asegurarían esa superioridad, brillan por su ausencia en la obra que comentamos.

Es bueno también recordar que en realidad no hace falta partir del mundo o del universo para formular la Tercera Vía o argumento por la contingencia. En realidad, alcanza con que exista un (1) ente contingente (intramundano) para que tenga que ser causado, y si esa causa es contingente, será causada también, y como no se puede seguir hasta infinito, habrá que afirmar necesariamente un Ser Necesario, con que sólo se reconozca la existencia actual de un ente contingente cualquiera, por ejemplo, una hormiga o una mota de polvo. Los cuales sí pueden ser fácilmente objetivados, así que se terminó por este lado el problema. En cuanto a la contingencia y el principio de causalidad, volveremos sobre ello más adelante, siguiendo al autor.

Con todo, se debe reconocer que habemos algunas mentalidades “prekantianas” a las cuales nos parece evidente que hay cosas, e  inevitable que si hay cosas, existe la totalidad de ellas, es decir, son todas las que son, y existen todas las que existen, o sea, el mundo. Nos cuesta pensar que hay menos cosas que todas las que hay, o que las cosas no son todas. Es cierto que no podemos tener experiencia del todo, pero la evidencia con que se impone a nuestra mente el hecho de que las cosas que hay son todas ellas nos indica claramente que no todo conocimiento válido tiene que ser empírico.

Y si cada una de esas cosas es contingente, como parece obvio desde la experiencia, el conjunto de todas ellas, o sea, el mundo, también lo será. A no ser que una de ellas sea Necesaria, pero entonces no sería simplemente una cosa, sino la causa divina de todas ellas. Luego, si el mundo todo, en cuanto conjunto de cosas contingentes, es contingente, también necesitará una Causa Necesaria. Y que un conjunto de cosas contingentes, es contingente, basta pensar un poco para verlo: “contingente” es lo que puede no ser, y entonces, puede de algún modo al menos dejar de existir; ahora bien, si cada cosa que integra la totalidad de las cosas, puede dejar de existir, entonces todas pueden dejar de existir a la vez, y entonces, el todo también puede dejar de existir.

Hay que asumir la extrapolación del discurso sobre el mundo, y renunciar a verlo como algo contingente y necesitado  de una causa que lo fundamente y le dé consistencia, en la línea del porqué hay algo y no nada. Si el mundo no es contingente no necesitaría una causa externa y la misma categoría de causalidad es intramundana y no podemos aplicarla al universo en su conjunto. El universo no necesita explicación, es algo positivo y dado, sin más.

Aquí surge el interrogante de si una vez que se ha dicho que no tiene sentido hablar del “mundo” como conjunto, totalidad o universo, no sería lo mejor dejar efectivamente de hablar de él, y no afirmarlo ni como contingente ni como no contingente, es decir, no afirmarlo, ni negarlo, de ningún modo . Porque afirmar un mundo no contingente, no necesitado de explicación, y dado, sin más, es afirmar un mundo, lo cual el mismo autor nos ha prohibido hacer hace unos pocos renglones.

Si el mundo no es contingente, no necesitaría una causa externa, pero tampoco habría causalidad interna al mundo, porque si el mundo no es contingente, entonces las cosas que lo integran tampoco lo son (porque si lo fuesen, él también lo sería, como ya dijimos), y entonces no necesitan ser causadas. No habría tampoco una causalidad intramundana, como sí dice que hay el autor en ese pasaje.

Finalmente, viene el acto de fe en la absurdidad del mundo, a lo Sartre.  El mundo no tiene explicación, ni la necesita, es “dado”, “sin más”, o sea, está “de más”, existe “porque sí”. Al menos a Sartre eso le daba náusea. Repetimos que llegar a estas cosas en el intento de  invalidar las pruebas de la existencia de Dios equivale prácticamente a demostrarla. Por lo menos, se podría tratar de demostrar que el mundo posee la "aseidad", es decir, que existe por sí mismo.

La postulación de Dios no lo hace más explicable y apelar a Dios como principio racional no quiere decir que exista realmente.

No se trata en las pruebas de la existencia de Dios de “explicar” al mundo, sino de hacerlo posible, no absurdo, no contradictorio, simplemente. Es contradictorio que lo contingente, que por sí mismo puede tanto existir como no existir, o sea, que no existe por sí mismo, exista por sí mismo. “Explicar” es algo más, es hacer que lo explicado se derive necesariamente de alguna otra cosa. El mundo no deriva necesariamente de Dios, es creado libremente por Él.

“Apelar a Dios como principio racional” es ambiguo: si con “principio racional” se refiere a una exigencia racional y necesaria de lo dado en la experiencia, como condición necesaria de ésto, es claro que lo así exigido ha de existir realmente, de lo contrario tampoco podría existir realmente lo dado en la experiencia, ya que nada puede ser sin sus condiciones necesarias. Así son, justamente, las pruebas de la existencia de Dios.

Ni siquiera sabemos porqué todo tendría que tener una razón suficiente para existir, ni si las cosas siempre deben ser inteligibles y tener sentido.

Aquí el autor está pidiendo una razón suficiente del principio de razón suficiente. Al parecer, no la encuentra, y eso es para él razón suficiente de poner en duda dicho principio. En efecto, la mente humana no puede aceptar que algo exista, o sea verdadero, sin razón suficiente. Eso se debe al principio de razón suficiente, que dice que “todo tiene razón suficiente”. O sea, que nada es porque sí. Se trata de un principio evidente, obviamente, como podemos ver aquí mismo. 

Ya que Estrada cita a Russell, citemos nosotros a Schopenhauer:

“Además, buscar una demostración para el principio de razón suficiente en particular es algo especialmente absurdo, que indica falta de reflexión. En efecto,  toda demostración es la exposición  de la razón de un juicio enunciado, el cual por esto recibe el predicado de “verdadero”. Precisamente, la expresión de esta exigencia de una razón para todo juicio es el principio de razón suficiente. Ahora bien, el que pide una demostración, esto es, la exposición de una razón para él, lo presupone como  verdadero; es más, apoya su petición en esa misma suposición. Cae, por tanto, en el círculo vicioso de pedir una demostración del derecho a pedir una demostración.” (De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, n. 14).  

Pero si negamos el principio de razón suficiente, entonces la existencia de Dios no necesita una demostración para poder considerarla demostrada. En efecto, la razón suficiente de que algo esté demostrado es que haya una demostración, pero si no hace falta la razón suficiente para que algo sea, y sea lo que es, tampoco la demostración, para que algo esté demostrado.

Por otro lado, afirmar que hay un Dios causa del mundo, no sólo implica un uso indebido de una categoría mundana, que no podemos usar fuera de su ámbito, sino que llevaría consecuentemente a la pregunta de cuál es la causa de Dios (la causa de la causa divina), ya que no se justifica quedarnos en él como causa última y no seguir preguntando.

El “pensamiento débil” sigue su marcha victoriosa (o derrotista).  No podemos preguntar por la causa del mundo, pero deberíamos, en todo caso, preguntar por la causa de Dios. Precisamente, una de las “ignoratio elenchi” más flagrantes del planteo de Russell, difícil de creer en un filósofo famoso como  él, (pero hay que reconocer que en esto seguía a otro famoso, a Hume) fue pensar que el principio de causalidad se formula adecuadamente diciendo: “Todo tiene causa”.

Es claro, si todo tiene causa, Dios también, por más Causa Primera que se lo quiera hacer. Pero esta proposición, “todo tiene causa”, como pretendida formulación del principio de causalidad, hubiese avergonzado a un alumno mediocre de la Universidad de París o de la de Oxford, en tiempos de Santo Tomás de Aquino.

Es claro que la única razón para afirmar una causa está en la contingencia del  efecto, que de suyo puede tanto ser como no ser, y que por tanto, si es, no lo es de suyo, sino por otro, es decir, si existe, no existe por sí mismo, porque de suyo puede tanto existir como no existir, sino
por otro, o sea, es causado. Esa contingencia, por otra parte, puede manifestarse de muchos modos: en en el comenzar a existir, en el cambio, etc. Por tanto, en todo caso el principio deberá formularse así: “Todo ente contingente tiene causa”, (o: "todo lo que comienza a existir tiene causa", "todo lo que cambia tiene causa", etc.) ahora bien, el Ser Necesario, la Causa Primera, no es, justamente, un ente contingente.

Lo que pasa es que ya Hume, y consiguientemente también, Russell ( ¿y consiguientemente, también Estrada?) confundía el principio de causalidad con el principio de razón suficiente o razón de ser. Al parecer, esa confusión se remonta más arriba, hasta el Dios “causa sui” de Descartes. Pero no son lo mismo. Una cosa es decir que todo ente tiene razón de ser, y otra cosa, que todo ente contingente tiene una razón de ser distinta de él mismo, o sea, una causa. Dios tiene en sí mismo, en su Esencia necesariamente idéntica a su Existencia actual, la razón suficiente de esa misma Existencia. No su “causa”. Dios no tiene causa, y no es tampoco, por tanto, “causa sui”, causa de sí mismo.

Consecuentemente, tenemos que renunciar a seguir hablando de Dios como causa del mundo. La afirmación no tiene sentido y, de tenerlo, sería inverificable.

No se aclara aquí si esta renuncia se limita al plano filosófico, o alcanza también al Credo, en cual profesamos nuestra en Dios Padre Todopoderoso, CREADOR del cielo y de la tierra. En todo caso, aún limitando esa “accesis” intelectual al plano filosófico, habría que reconocer que cuando rezamos el Credo decimos algo sin sentido, en la medida en que la Creación es obviamente una forma de causalidad. Por otra parte, la "verificación" no tiene porqué ser solamente empírica, pues para eso existe justamente la filosofía como distinta de las ciencias experimentales, dotada de su propio método de verificación o demostración racional, y si se quiere entender por "verificación" sólo la verificación empírica, entonces esa misma existencia de la filosofía muestra que el "tener sentido" no se reduce, entonces, a lo que es "verificable".

En la misma línea se rechaza que pasemos del orden del mundo a un creador, que haya que referirse a un único ordenador y no a varios, y que el orden haya que verlo como producto de una mente similar a la humana. Tras Hume y Darwin, se resalta hoy la relatividad de un universo dinámico en proceso, la posibilidad de entenderlo conceptualmente sin recursos a una mente superior divina, y la necesidad de explicarlo desde principios internos de la misma evolución, sin recurrir a agentes externos. Se puede asumir además el surgimiento del orden desde el caos [en nota se refiere a teorías que “vinculan orden y caos”, y hace referencia a la “autoorganización” del universo] y aceptar el azar como explicación última de los orígenes y funcionamiento de la naturaleza, contra las metafísicas deductivas anteriores. La imposibilidad de comparar el universo existente con otro cualquiera, impide hablar de probabilidad e improbabilidad para explicar el orden existente. La explicación naturalista es, al menos, tan comprensible como la de una mente divina, cuyo orden habría que explicar.

En definitiva, lo que se dice aquí es que el orden del Universo puede haberse generado a sí mismo desde el desorden, desde el caos absoluto. La explicación última de esa proeza sería "el azar".

Esta explicación naturalista es "comprensible" en el mismo sentido en que es comprensible la expresión "círculo cuadrado". Se entiende lo que quiere decir el que tal cosa profiere, o más bien, se entiende que quiere decirlo, pero no se entiende lo que quiere decir, en realidad. Cada palabra, por separado, se entiende, el problema es la reunión de todas ellas, en lo cual consiste justamente dicha "explicación".

“Una mente similar a la humana” es ambiguo: hace tiempo que los filósofos teístas saben que la inteligencia se afirma de Dios en forma solamente “análoga” a como se afirma de nosotros. Toda realidad puede comprenderse conceptualmente sin recurso a una mente superior divina, hasta cierto punto, más allá del cual comienza justamente el interrogante filosófico, que busca las últimas causas, y que es al que supuestamente debería dedicarse el autor de este libro. El funcionamiento de un horno microondas también se puede explicar conceptualmente, hasta cierto punto, sin mencionar al ser humano inteligente que lo ha fabricado.

La explicación "inmanente" del Universo, que es la hacen las ciencias particulares, explica procesos dentro del Universo, no explica al Universo mismo, sino que siempre lo presupone. Explicar el Universo “internamente”, “desde principios internos a la misma evolución”, “sin recurrir a agentes externos”, es como querer explicar el orden que existe en un reloj por el funcionamiento del mismo, cuando es claro que el reloj ha debido tener primeramente un cierto orden para poder funcionar como reloj.  El orden del Universo no puede explicarse por la evolución del mismo, porque la evolución misma, al seguir ciertas leyes que son las que la ciencia estudia, y al depender en general del orden de la naturaleza expresado en las leyes físicas y químicas, es ordenada, y ese orden por tanto también debe ser explicado.

Decir que el surgimiento del orden a partir del desorden, por azar, es una "explicación", es burlarse del lector. Todo esto no hace más que confluir en la parábola del famosísimo Barón de Münchausen, que, caído en un pantano y sin nadie que lo auxiliase a la vista, se tiraba de los pelos para sacarse a sí mismo de tan comprometida situación. Así también, un caos inicial totalmente desprovisto de orden, sacaría no se sabe de dónde la dichosa idea de "ordenarse", eso sí, lenta y progresivamente, para que no se note tanto el absurdo.

Es claro, se nos tranquilizará con la explicación de que ese proceso no fue de ningún modo consciente ni intencional, sino "por azar". Eso equivale a decir que dos formas de desorden, el caos y el azar, al unirse en feliz matrimonio, dieron a luz el orden del Universo. Sólo faltaría agregar, para completar la inteligibilidad del proceso, que el punto de partida de esa ordenación azarosa del caos era la "nada".

En cuanto a las teorías que  vinculan el orden y el caos, en realidad lo que suelen hacer es intentar encontrar el orden en lo que usualmente entendemos como caótico, y desde este punto de vista, lo único que hacen a la postre es reforzar el punto de vista tradicional.

Finalmente, se supone que para poder decir que un ordenamiento azaroso del Universo es "improbable", sería necesario comparar este Universo con otros, lo cual es imposible. Pero es que el argumento de fondo no es que el surgimiento del orden a partir del azar sea improbable, sino que es imposible. El puro desorden se identifica con la nada, y de la nada, nada sale, porque lo que es nada, en realidad no es.

Donde hay ser, hay orden, hay inteligibilidad. Una nube de átomos moviéndose "caóticamente" en el vacío, en realidad presupone ya una muy buena cantidad de orden: leyes del movimiento, naturaleza del espacio y el tiempo, naturaleza  de los átomos, composición de los mismos desde partículas más elementales, aún, etc. Es decir, tanto orden como ser o entidad se ponga en la hipótesis.

En realidad, lo que se trata de explicar en la Quinta Vía no es el orden sin más, sino el orden del mundo, es decir, el orden inconsciente, el orden en lo que carece de razón e inteligencia. El orden, es decir, la inteligibilidad, va de suyo, porque va junto con el ser, pero por ser inteligibilidad, reclama la inteligencia como su fuente, y no puede reducirse solamente, por tanto, al orden propio de los seres irracionales.

Hay algunas conclusiones que parecen evidentes a partir de este análisis. Por un lado, hay que aceptar la imposibilidad de una demostración racional del teísmo, y que las pruebas de la teología natural clásica no son conclusivas.”

En primer lugar, no ha habido aquí ningún "análisis", sino sólo la recitación fervorosamente creyente de algunas afirmaciones de Russell y Hume, privada de los argumentos filosóficos que serían necesarios para fundamentarlas racionalmente.

Es cierto que de esta fe hume-russelliana se deriva lógicamente la imposibilidad del teísmo tradicional. Eso es ya ampliamente sabido y consta en las historias de la filosofía. Lo interesante es ver si esas bases empiristas y nominalistas son filosóficamente fundadas, de cuya averiguación nos ha privado aquí el autor.

La cuestión de fondo es si la verdad filosófica está sujeta a cambios “epocales”, registrables además por el número de adherentes que una filosofía tiene en una determinada época, o si por el contrario, existe una sola verdad inmutable y las diversas filosofías, independientemente de la fecha en que fueron formuladas, se jerarquizan objetivamente entre sí según el mayor o menor acuerdo que tienen con esa verdad única. Notemos que se trata de una cuestión eminentemente filosófica, en las que las ciencias particulares no tienen nada que hacer, propiamente hablando, y además, que sólo hay esperanza de poder discutirla con sentido en el caso de que la segunda alternativa sea verdadera. Pues en caso de que la verdad estuviese del lado de la primer alternativa, se seguirían una gran cantidad de absurdos.

El primero de ellos sería que esa misma verdad estaría en contra de sí misma. Si es verdad, para todas las épocas y culturas posibles, que la verdad filosófica cambia de acuerdo a las épocas y las culturas, entonces, no puede ser verdad para todas las épocas y culturas posibles.

El segundo sería que los partidarios de esta tesis deberían apoyarse en ella para demostrarla, o sea, deberían razonar en círculo. Pues su gran argumento contra la postura contraria, que es la que sustenta a las pruebas de la existencia de Dios, es que depende de un modo de pensar “de otra época”, lo cual supone resuelto el problema que se discute, precisamente.

Esto sí da pie para sacar una conclusión, que es el estado preocupante de la filosofía en ciertos sectores del catolicismo actual. Al parecer, se acata fideísticamente como "verdad" lo que es la mentalidad más difundida en el Occidente post-moderno, sobre todo en su parte Norte (dejando de lado otras zonas del mundo y otras culturas, además) y a partir de ahí, se "filosofa".
Más allá de todo esto, recordemos la definición dogmática del Concilio Vaticano I:
"Si alguno dijese que Dios, Creador y Señor Nuestro, no puede ser conocido con certeza, por la luz natural de la razón, a partir de las cosas creadas, sea anatema."
                                                                                             
                                                                                    (Lic. Néstor Martínez).