domingo, 1 de mayo de 2011

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Queridos hermanos y hermanas.
Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.
Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, habéis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.
Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.
«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.
Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).
También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho –dice el Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.
Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios –Obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtyła, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).
El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszyński, me dijo: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.
Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.
Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Iglesia.
¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Desde el Palacio nos has bendecido muchas veces en esta Plaza. Hoy te rogamos: Santo Padre: bendícenos.  Amén.

sábado, 30 de abril de 2011

HOMENAJE A JUAN PABLO II



Minas, 28 de abril de 2011

Queridos hermanos:

Con alegria en el Señor Resucitado, tengo el gusto de invitarles a las celebraciones que, con motivo de la Beatificación del Papa Juan Pablo II, viviremos en nuestra ciudad, según el siguiente programa:

DOMINGO 1 DE MAYO , HORA 19: Solemne Eucaristía presidida por el Señor Obispo de Minas, Mons. Jaime Fuentes en la Catedral de la Inmaculada Concepción de Minas;

SÁBADO 7 DE MAYO, HORA 16 : Homenaje al Beato Juan Pablo II en el Teatro Lavalleja. Conferencia de Mons. Jaime Fuentes: "Un Papa Santo en Uruguay", Proyección de la película: "Karol, el hombre que llegó a ser Papa"
Esperamos contar con la presencia de todos ustedes en ambas celebraciones, le expreso mi cordial saludo en Cristo Resucitado
P. Pablo Graña Eluén 

jueves, 28 de abril de 2011

Esta es la semblanza biográfica oficial de Juan Pablo II

La que será leída ante el Papa Benedicto XVI el domingo 1 de mayo de 2011 pidiendo su beatificación
Karol Jozef Wojtyła nació en Wadowice (Polonia), el 18 de mayo de 1920. Fue el segundo de los dos hijos de Karol Wojtyła y de Emilia Kaczorowska, que murió en 1929. Su hermano mayor Edmund, de profesión médico, murió en 1932 y su padre, suboficial del ejército, en 1941.
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A los nueve años recibió la Primera Comunión y a los dieciocho el sacramento de la Confirmación. Terminados los estudios en la escuela media de Wadowice, en 1938 se matriculo en la Universidad Jagellonica de Cracovia.
Cuando las fuerzas de la ocupación nazista cerraron la Universidad en 1939, el joven Karol trabajo (1940-1944) en una cantera y en una fabrica química de Solvay para poder mantenerse y evitar la deportación a Alemania.
Sintiendo la llamada al sacerdocio, a partir de 1942 siguió los cursos de formación en el seminario mayor clandestino de Cracovia, dirigido por el cardenal Arzobispo Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del “Teatro Rapsódico”, también este clandestino.
Después de la guerra, continuo sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellonica, hasta su ordenación sacerdotal, que tuvo lugar en Cracovia el 1 de noviembre de 1946. Seguidamente, fue enviado por el cardenal Sapieha a Roma, donde obtuvo el doctorado en teologia (1948) con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de san Juan de la Cruz. En este periodo –durante las vacaciones– ejerció el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos en Francia, Bélgica y Holanda.
En 1948, regreso a Polonia y fue coadjutor, primero, en la parroquia de Niegowić, en los alrededores de Cracovia, y después en la de San Florián, en la ciudad, donde fue también capellán de los universitarios hasta 1951, cuando retomo sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953, presento en la Universidad Católica de Lublin una tesis sobre la posibilidad de fundamentar una ética cristiana a partir del sistema ético de Max Scheler. Mas tarde, fue profesor de Teología Moral y Ética en el seminario mayor de Cracovia y en la Facultad de Teología de Lublin.
El 4 de julio de 1958, el Papa Pió XII lo nombro Obispo Auxiliar de Cracovia y titular de Ombi. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958, en la catedral de Wawel (Cracovia), de manos del arzobispo Eugeniusz Baziak.
El 13 de enero de 1964, fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, que lo crearía Cardenal el 26 de junio 1967.
Participo en el Concilio Vaticano II (1962-65) dando una importante contribución a la elaboración de la constitución Gaudium et spes. El Cardenal Wojtyła participo también en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos, anteriores a su Pontificado.
Fue elegido sucesor de San Pedro, con el nombre de Juan Pablo II, el 16 de octubre de 1978, y el 22 de octubre inicio su ministerio de Pastor universal de la Iglesia.
El Papa Juan Pablo II realizo 146 visitas pastorales en Italia y, como Obispo de Roma, visito 317 de las 332 actuales parroquias romanas. Los viajes apostólicos por el mundo –expresión de la constante solicitud pastoral del Sucesor de Pedro por todas las Iglesias– han sido 104.
Entre sus documentos principales, se encuentran 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 cartas apostólicas. Al Papa Juan Pablo II se le atribuyen también 5 libros: “Cruzando el umbral de la esperanza” (octubre 1994); “Don y misterio: en el cincuenta aniversario de mi sacerdocio” (noviembre 1996); “Tríptico romano”, meditaciones en forma de poesía (marzo 2003); “¡Levantaos, vamos!” (mayo 2004) y “Memoria e Identidad”
(febrero 2005).
El Papa Juan Pablo celebro 147 ritos de beatificación –en los cuales proclamo 1338 beatos– y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Tuvo 9 consistorios, en los que creo 231 (+ 1 in pectore) cardenales. Presidio también 6 reuniones plenarias del Colegio
Cardenalicio.
Desde 1978, convoco 15 asambleas del Sínodo de los Obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 asamblea general extraordinaria (1985) y 8 asambleas especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 [2] y 1999).
El 13 de mayo de 1981 sufrió un grave atentado en la plaza de San Pedro. Salvado por la mano maternal de la Madre de Dios, después de una larga hospitalización y convalecencia, perdono a su agresor y, consciente de haber recibido una nueva vida, intensifico sus compromisos pastorales con heroica generosidad.
En efecto, su solicitud de Pastor encontró además expresión en la erección de numerosas diócesis y circunscripciones eclesiásticas, en la promulgación de los Códigos de derecho canónico latino y de las iglesias orientales, en la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. Proponiendo al Pueblo de Dios momentos de particular intensidad espiritual, convoco el Ano de la Redención, el Ano Mariano y el Ano de la Eucaristía, ademas del Gran Jubileo de 2000. Se acerco a las nuevas generaciones con las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud.
Ningún otro Papa ha encontrado a tantas personas como Juan Pablo II: en las Audiencias Generales de los miércoles (mas de 1.160) han participado más de 17 millones y medio de peregrinos, sin contar todas las demás audiencias especiales y las ceremonias religiosas (mas de 8 millones de peregrinos solo durante el Gran Jubileo del ano 2000), y los millones de fieles con los que se encontró durante las visitas pastorales en Italia y en el mundo; numerosas también las personalidades políticas recibidas en audiencia: se pueden recordar a titulo de ejemplo las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con Jefes de Estado, e incluso las 246 audiencias con Primeros Ministros.
Murió en Roma, en el Palacio Apostólico Vaticano, el sábado 2 de abril de 2005 a las 21.37 h., en la vigilia del Domingo in Albis y de la Divina Misericordia, instituida esta ultima por el. Los solemnes funerales en la Plaza de San Pedro y su sepultura en las Grutas Vaticanas fueron celebrados el 8 de abril.
Es beatificado por su sucesor, el Papa Benedicto XVI, el domingo 1 de mayo de 2011, segundo domingo de Pascua, día de la Divina Misericordia, en la Plaza de San Pedro de Roma.

miércoles, 20 de abril de 2011

CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
DECRETO
SOBRE EL CULTO LITÚRGICO POR TRIBUTAR
EN HONOR DEL BEATO JUAN PABLO II, PAPA

La beatificación del venerable Juan Pablo II, de feliz memoria, que tendrá lugar el 1 de mayo de 2011 delante de la basílica de San Pedro en Roma, presidida por el Santo Padre Benedicto XVI reviste un carácter excepcional, reconocido por toda la Iglesia católica esparcida por el mundo entero. Teniendo en cuenta este carácter extraordinario, así como las numerosas peticiones en relación con el culto litúrgico en honor del próximo beato, según los lugares y los modos establecidos por el derecho, esta Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos se apresura a comunicar cuanto se ha dispuesto al respecto.
Misa de acción de gracias
Se dispone que en el arco del año sucesivo a la beatificación de Juan Pablo II, o sea, hasta el 1 de mayo de 2012, sea posible celebrar una santa misa de acción de gracias a Dios en lugares y días significativos. La responsabilidad de establecer el día o los días, así como el lugar o los lugares de reunión del pueblo de Dios, compete al obispo diocesano para su diócesis. Teniendo en cuenta las exigencias locales y las conveniencias pastorales, se concede que se pueda celebrar una santa misa en honor del nuevo beato en un domingo durante el año, o en un día comprendido entre los números 10-13 de la Tabla de los días litúrgicos.
Análogamente, para las familias religiosas, compete al superior general establecer los días y los lugares significativos para toda la familia religiosa.
Para la santa misa, además de la posibilidad de cantar el Gloria, se reza la oración colecta propia en honor del beato (ver anexo); las demás oraciones, el prefacio, las antífonas y las lecturas bíblicas se toman del Común de los pastores, para un Papa. Si el día de la celebración coincide con un domingo durante el año, para las lecturas bíblicas se podrán elegir textos adecuados del Común de los pastores para la primera lectura, salmo responsorial, y para el Evangelio.
Inscripción del nuevo beato en los calendarios particulares
Se dispone que en el calendario propio de la diócesis de Roma y de las diócesis de Polonia, la celebración del beato Juan Pablo II, Papa, se inscriba el 22 de octubre y se celebre cada año como memoria.
Sobre los textos litúrgicos se conceden como propios la oración colecta y la segunda lectura del Oficio de lectura, con el correspondiente responsorio (ver anexo). Los demás textos se toman del Común de los pastores, para un Papa.
En cuanto a los demás calendarios propios, la petición de inscripción de la memoria facultativa del beato Juan Pablo II podrán presentarla a esta Congregación las Conferencias episcopales para su territorio, el obispo diocesano para su diócesis, y el superior general para su familia religiosa.
Dedicación de una iglesia a Dios en honor del nuevo beato
La elección del beato Juan Pablo II como titular de una iglesia prevé el indulto de la Sede Apostólica (cf. Ordo dedicationis ecclesiae, Praenotanda n. 4), excepto cuando su celebración ya esté inscrita en el calendario particular: en este caso no se requiere el indulto y al beato, en la iglesia de la que es titular, se le reserva el grado de fiesta (cf. Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Notificatio de cultu Beatorum, 21 de mayo de 1999, n. 9).
No obstante cualquier disposición contraria.
Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, 2 de abril de 2011.

Antonius Card. Cañizares Llovera,
Praefectus
Iosephus Augustinus Di Noia, o.p.,
Archiepiscopus, a Secretis

Homilia de Mons Jaime Fuentes, Obispo de Minas

 
         Es Martes Santo. Jesús está reunido con sus apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén y les habla en un tono como nunca lo había hecho. Se refiere a su partida de este mundo, habla de la traición de uno de ellos… Los apóstoles no entienden…

         ¿Estaría presente la Virgen en la Última Cena del Señor? Es muy posible que sí,  que estuviera en silencio, en un lugar cercano, acompañada por otras mujeres que seguían a Jesús. ¡Cómo serían los latidos de su Corazón al escuchar a su Hijo!

         Dios quiso que la Virgen participara plenamente en la obra de nuestra redención. En consecuencia, tuvo que seguir los pasos de Jesús: vivir la pobreza en el nacimiento, en Belén; la vida oculta en Nazaret; el momento en que Jesús manifestó su divinidad, en Caná; y todo lo que sufrió cuando iba camino de la Cruz y cuando Jesús murió en ella. Después, toda la felicidad: para siempre, en el Cielo, junto a su Hijo.

         María Santísima nos precedió en la imitación de Jesús y su glorificación en el Cielo es la esperanza firme de que también nosotros podremos llegar a ella. La Virgen no se va al Cielo para desentenderse de nosotros: TODO LO CONTRARIO. Cuando estaba el pie de la Cruz Jesús nos la entregó por Madre y desde entonces Ella cuida de cada uno de sus hijos como si fuera el único que tiene…

         Una muestra evidente de sus desvelos maternales es esta fiesta de hoy, que tiene un marco muy especial que es necesario destacar.

         En nuestra patria estamos festejando los 200 años desde que comenzó el proceso de emancipación, que culminó con la declaración de nuestra independencia. Rendimos homenaje a aquellos hombres y mujeres que lucharon por ese ideal de formar el pueblo libre que somos hoy. Y todos nosotros, que hemos venido a venerar a nuestra Madre, la Virgen del Verdún, lo hacemos con un profundo sentimiento de gratitud: porque hoy se cumplen nada menos que 110 años desde que fue bendecida esta imagen de la Purísima Concepción que se levanta en la cumbre del Cerro. Celebramos 200 años del proceso de nuestra independencia; y con el mismo y aún mayor fervor, celebramos 110 años de nuestra dependencia de la Madre de Dios y Madre nuestra que desde su Cerro del Verdún intercede por sus hijos uruguayos.

         ¿Cómo ha sido posible este fenómeno de piedad nacional, que se ha verificado a lo largo de tantas generaciones de nuestro pueblo? ¿Qué pasó en este lugar, para que mujeres y hombres uruguayos vengan a él cada 19 de abril a buscar a la Madre, para agradecerle, para rogarle?... ¿Quiso aparecerse aquí, como lo ha hecho en otros lugares del mundo, como Lourdes o Fátima? No, no ha habido ningún hecho extraordinario. Sin embargo, todos tenemos experiencias indudables de la intervención maternal de María Santísima en nuestra vida: se trata de favores menudos o grandes, de solución de problemas personales o familiares de salud, de trabajo, de amores… En fin, se trata de toda la gama de necesidades concretas que cualquier hijo confía a su Madre, con la seguridad de que ella encontrará el modo de resolverlos. En definitiva, todos somos deudores de gratitud a la Virgen, que interviene ordinariamente y hasta de modo extraordinario, si hace falta, en nuestra vida. Por eso, hoy le decimos GRACIAS DE CORAZÓN.

         Al mismo tiempo, conscientes de que somos herederos de una tradición riquísima de piedad mariana, sentimos el deber de continuar transmitiéndola a los hijos, a los nietos, a los amigos… Han pasado 110 años desde que una peregrinación de más de 3.000 personas, presidida por Monseñor Mariano Soler llegaron aquí y veneraron a la Virgen por primera vez. La idea de colocar la imagen fue de un sacerdote, el P. José de Luca, que transmitió su ilusión a los propietarios del Cerro, el matrimonio formado por don Pedro Dartayete y doña María Ariza. Ellos aceptaron encantados la idea y, además de donar estos terrenos, colaboraron con entusiasmo en la obra de edificación del templete. Les damos las gracias…

         En setiembre del año 1900, el periódico de Minas “La Paz católica” adelantaba el motivo por el que se iba a colocar la imagen de la Virgen en el Cerro del Verdún: Será un cristiano recuerdo del siglo XIX y en los albores del XX. Será un homenaje a Cristo Redentor y a su Inmaculada Madre, y el primer acto de esta índole que se realiza en la República  y que honra mucho a nuestro departamento.

Corría el año 1901, se estaba estrenando el siglo XX, y nuestro joven país entraba ya por los caminos del desarrollo económico y social, no sin dificultades sangrientas como las revoluciones de 1903 y 1904. En el plano de las ideas, es la época del racionalismo, del liberalismo, de un espíritu anti clerical que terminaría en la completa separación de la Iglesia y el Estado, en 1917.
Han pasado 110 años y la historia de nuestra sociedad uruguaya ha conocido épocas mejoras y peores que no es del caso profundizar aquí y ahora. Pero sí hay que decir que la Iglesia, que formamos todos los hijos de Dios que hemos recibido en ella el santo bautismo, en cada periodo de nuestra historia hemos encontrado en la Virgen, Madre de la Iglesia, fortaleza y serenidad, apoyo y esperanza.

Hoy estamos en uno de esos momentos en los que el recurso a la Virgen se hace especialmente necesario. No podemos olvidar cómo el Papa Juan Pablo II, que dentro de pocos días va a ser proclamado Beato, nos animaba en su Carta sobre el Rosario a rezarlo con fe, pidiéndole a la Santísima Virgen por dos intenciones particulares: la paz en el mundo y la familia. Quisiera encomendarle a Nuestra Madre del Verdún, que cuide a nuestras familias y, más aún, que interceda por la misma institución de la familia, que es la base de la sociedad.

 Estamos en un momento en el que se hace necesario tener claridad de juicio, sabiduría, ya que de distintas maneras, de hecho –no juzgo las intenciones- es fuertemente agredida. En primer lugar, es urgente defender la familia, porque una ley pretende dar carta libre a que cualquier madre pueda eliminar al hijo que lleva en su vientre.

Es importante reflexionar. Hoy se cumplen 6 años de la elección del Santo Padre Benedicto XVI –que la Virgen nos lo conserve muchos años más- que permanentemente nos invita a pensar. Decía el año pasado: Hay tendencias culturales que tratan de anestesiar las conciencias con motivaciones presuntuosas. Respecto al embrión en el seno materno, la ciencia misma pone de relieve su autonomía capaz de interacción con la madre, la coordinación de los procesos biológicos, la continuidad del desarrollo, la creciente complejidad del organismo. No se trata de un cúmulo de material biológico, sino de un nuevo ser vivo, dinámico y maravillosamente ordenado, un nuevo individuo de la especie humana. Así fue Jesús en el seno de María; así fue para cada uno de nosotros, en el seno de nuestra madre. (…) No existe ninguna razón para no considerarlo persona desde su concepción (Vísperas I Domingo de Adviento 2010).

  En esa misma línea, hace poco más de dos años el entonces Presidente Tabaré Vázquez, profesional médico de prestigio, vetó la despenalización del aborto, explicando que la ciencia revela de manera evidente (…) la realidad de la existencia de vida humana en su etapa de gestación (…) Desde el momento de la concepción hay allí una vida humana nueva, un nuevo ser. Podemos preguntarnos: ¿ha cambiado la ciencia en estos dos años, de tal manera que ese argumento científico ya no tiene valor? Continuaba el ex –Presidente: El verdadero grado de civilización de una nación se mide por cómo se protege a los más necesitados. Por eso se debe proteger más a los más débiles. Porque el criterio no es ya el valor del sujeto en función de los afectos que suscita en los demás, o de la utilidad que presta, sino el valor que resulta de su mera existencia.

Si siguiera adelante este proyecto de ley que se encuentra a estudio en nuestro Parlamento, cada uno deberá tener bien claro en su conciencia, que aunque cien parlamentos aprobaran una ley de ese estilo, el aborto no dejaría de ser un gravísimo delito, una gran ofensa a Dios. Sigue en pie la propuesta que hacía el Presidente Vázquez, a quien nombro expresamente para hacer ver que el problema del aborto no es un asunto religioso, sino que es el más humano de los problemas: decía: para resolverlo, lo más adecuado es buscar una solución basada en la solidaridad que permita promocionar a la mujer y a su criatura, otorgándole la libertad de poder optar por otras vías y, de esta forma, salvar a los dos.

Trabajar en defensa de la familia quiere decir también respetar su principio básico, que es el matrimonio. El matrimonio ha sido, es y siempre será exclusivamente la unión conyugal entre un hombre y una mujer, que comparten su vida formando una comunidad de amor abierta a la generación de nuevas vidas. Que haya otro tipo de uniones y que la ley vea oportuno regularlas es otro tema, pero sería una profunda ofensa cívica pretender igualarlas con el matrimonio. Matrimonio viene de MATRIS, madre, y MUNUS, oficio, papel… Matrimonio, por propia definición, es apertura a la maternidad.

Le pido a la Virgen que nuestros gobernantes tengan sabiduría, que piensen en el verdadero bien de los ciudadanos, sin dejarse influir por corrientes ideológicas promovidas por organizaciones internacionales que juzgan a las personas según sus cálculos de beneficios económicos. Al mismo tiempo, le encomendamos a nuestra Madre del Cielo que nos dé fuerza apostólica para saber no sólo resistir, sino para difundir con claridad, serenamente y sin agresividad, el patrimonio invalorable de nuestra fe.

No queremos imponer a nadie nuestra visión de la vida; sí queremos y debemos proponerla con la convicción de que en ella se encuentra un tesoro de inagotable valor, que ha engendrado y sigue engendrando, en nuestro país como en todo el mundo, hombres y mujeres íntegros, comprensivos, sacrificados, generosos, que se preocupan  por el bien de los demás, que entienden la existencia como el tiempo que Dios nos da para conocerlo, amarlo y servirlo, para ser útiles a los demás y conquistar con su ayuda la vida para siempre.

Cuidemos la institución familiar y cuidemos la propia familia. El 1º de abril de 1987, en la inolvidable Misa celebrada en Tres Cruces, el papa Juan Pablo II nos decía: Ante las dificultades que puedan surgir dentro de la vida conyugal, no os dejéis desorientar por el fácil expediente del divorcio que sólo da apariencias de solución, pues en realidad se limita a trasladar los problemas, agravándolos, hacia otros ámbitos. Los cristianos saben que el matrimonio, indisoluble por naturaleza, ha sido santificado por Cristo, haciéndolo participar del amor fiel e indestructible entre El y su Iglesia (Ef 5, 32). Frente a las tensiones y conflictos que puedan aparecer, sobre todo cuando la familia está envuelta por un clima impregnado de permisividad y hedonismo, recuerde que  está llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia gozosa y renovadora de la reconciliación, esto es, de la comunión reconstruida, de la unidad nuevamente encontrada. De manera especial, mediante la participación en el sacramento de la reconciliación y en la comunión del Cuerpo de Cristo, las familias cristianas encontrarán la fuerza y la gracia necesaria para superar los obstáculos que atentan a su unidad,  no olvidando además que el verdadero amor se acrisola en el sufrimiento. Un año más tarde, cuando volvió a nuestro país, insistía: ¡La fidelidad no se ha pasado de moda! Podéis estar seguros de que son las familias verdaderamente cristianas las que harán que nuestro mundo vuelva a sonreír.

A lo largo del día de hoy, subiremos el Cerro para ir a buscar a la Virgen y en Ella encontraremos, como siempre, a la Madre buena que se alegra un año más de ver a sus hijos… Junto con las intenciones que cada uno le llevará, les ruego que tengan presente lo que acabo de decir. Tenemos mucho que hacer: estamos celebrando el Bicentenario del proceso de independencia de nuestra patria, que “nació católica”, como el mismo Juan Pablo II nos repitió. Demos gracias a la Virgen del Verdún por lo que hemos logrado como país en estos dos siglos y por los 110 años de cuidados maternales que ella brinda a sus hijos uruguayos en este lugar. Quisiéramos que hoy fuera un día para comprometernos en tener una dependencia aún mayor con la Virgen, con la seguridad de que su Inmaculado Corazón triunfará, como Ella lo aseguró en Fátima.

Que Ella nos lleve a Jesucristo, Nuestro Señor, Príncipe de la Paz y Rey del universo. Que así sea.


miércoles, 6 de abril de 2011

Sexto Aniversario de la Pascua de Juan Pablo II



El pasado 2 de abril, se conmemoraba un nuevo aniversario del fallecimiento de Juan Pablo II, el papa que nos dejó un gran legado y nos enseñó a estar cada ves más cerca de Jesús. Hoy nos vamos preparando para el gran acontecimiento que con gran alegria esperamos todos los cristianos el 1 de mayo como es sabido el Santo Padre Benedicto XVI  beatificará a su precesor.
Personalmente rezaba la imagen que él tenia cuando se celebraba el via crucis a unas horas de su muerte y pensaba cuantas cosas le habria tocado cargar  durante su pontficado. Hoy quiero dar gracias a Dios por su testimonio y entrega por los demás y sobre todo por esa cercanía que tenia a los jóvenes, pidiendo también que surgan santas vocaciones al sacerdocio, la mies es mucha y los obreros son pocos y que también rezamos para poder llegar al ministerio podamos hacerlo



"NO TENGAN MIEDO ABRIR LAS PUERTAS DE PAR EN PAR A CRISTO..."

martes, 5 de abril de 2011

TESTIMONIO DE UNA MUJER HUMILDE QUE PARTIÓ A LA CASA DEL PADRE


Hace 15 días que despedimos a una gran mujer, humilde, sencilla, que supo enseñarnos a todos desde el silencio lo importante que es la familia y la amistad.
Hoy sale de mi corazón dar gracias a Dios en primer lugar por la familia que mis bisabuelos Ramón y Secundina construyeron y donde nacieron 7 hijos: Magdalena(mi abuela), Zoilo, Neris, Helvecia, Viola, Wilma y Tia Iraida que hoy balconean todos juntos en el cielo.
Quiero dar gracias a Dios también por la familia que el tio Juan y la Tia Iraida formaron donde fruto de ese amor nacieron Iris Mabel y Daniel y compartieron más de 50 años de matrimonio.
También dar gracias a Dios por todos los años compartidos, las alegrias, las reuniones familiares y de amigos y sobretodo el cariño y siempre con las puertas abiertas de su casa para quienes quieran llegar.
Se podria decir tantas cosas de ella.
En primer lugar una gran mujer, una gran esposa, una gran madre y abuela, una gran tia y amiga y sobretodo una gran luchadora por vivir.
Una mujer observadora que desde el silencio y con su mirada nos enseñaba y nos animaba a seguir adelante.
Hoy a partido a la Casa del Padre una joya que sin lugar a duda la vamos a extrañar, pero nos ha dejado un gran legado que es la unión de la familia y el tener un  corazón abierto, para ayudar a quienes más lo necesita sin mirar cual es su condición social o racial.
No es fácil para mi hablar en estos momentos, pero quiero decirte tia Iraida hoy en el dia de tu partida. GRACIAS por haber sido parte nuestra, por los gestos compartido y sobre todo tu humildad y sencillez.
Estoy seguro que hoy te has encontrado con el amor de tu vida Juan, con tus padres, hermanos y sobrinos.
En esté uñtimo tiempo viviste la experiencia de la fe de compartir con un grupo de vecinas que rezaban el Santo Rosario y estoy convencido que la Virgen Maria  venido a buscarte con un ramo de rosas y llevarte al encuentro con el Señor.
Gracias a los amigos, y vecinos que la acompañaron y por tantos gestos de amor hacia ella.
Ojalá que todos podamos aprender a que como dice una canción " Quiero brindar por mi gente sencilla, por el amor y por la familia"
DESCANSA EN PAZ, por la misericordia de Dios.

miércoles, 16 de marzo de 2011

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II



Miércoles de ceniza 28 de febrero de 1979


1. «Convertíos a mí de todo corazón, en ayuno... Convertíos a Yavé, vuestro Dios» (Jl 2, 12. 13).
He aquí que hoy anunciamos la Cuaresma con las palabras del Profeta Joel, y la comenzarnos con toda la Iglesia. Anunciamos la Cuaresma del año del Señor 1979 con un rito que es aún más elocuente que las palabras del Profeta. La Iglesia bendice hoy la ceniza obtenida de las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año pasado, para imponerla sobre cada uno de nosotros. Inclinemos, pues, nuestras cabezas. y reconozcamos en el signo de la ceniza toda la verdad de las palabras dirigidas por Dios al primer hombre: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (Gén 3, 19).
¡Sí! Recordemos esta realidad, sobre todo, durante el tiempo de Cuaresma, al que nos introduce hoy la liturgia de la Iglesia. Es un "tiempo fuerte". En este período las verdades divinas deben hablar a nuestros corazones con una fuerza muy particular. Deben encontrarse con nuestra experiencia humana, con nuestra conciencia. La primera verdad proclamada hoy recuerda al hombre su caducidad, la muerte, que es el fin de la vida terrena para cada uno de nosotros. La Iglesia insiste mucho hoy sobre esta verdad, comprobada por la historia de cada hombre: Acuérdate de que "al polvo volverás". Acuérdate de que tu vida sobre la tierra tiene un límite.
2. Pero el mensaje del miércoles de ceniza no acaba aquí. Toda la liturgia de hoy advierte: Acuérdate de aquel límite; pero al mismo tiempo: ¡No te quedes en ese límite! La muerte no es sólo una necesidad "natural". La muerte es un misterio. Ciertamente, entramos en el tiempo particular en el que toda la Iglesia. más que nunca, quiere meditar sobre la muerte como misterio del hombre en Cristo. Cristo-Hijo de Dios aceptó la muerte como necesidad de la naturaleza, como parte inevitable de la suerte del hombre sobre la tierra. Jesucristo aceptó la muerte como consecuencia del pecado. Desde el principio, la muerte está unida al pecado: la muerte del cuerpo («al polvo volverás») y la muerte del espíritu humano a causa de la desobediencia a Dios, al Espíritu Santo. Jesucristo aceptó la muerte en señal de obediencia a Dios, para restituir al espíritu humano el don pleno del Espíritu Santo. Jesucristo aceptó la muerte para vencer al pecado. Jesucristo aceptó la muerte para vencer a la muerte en la esencia misma de su misterio perenne.
3. Por esto el mensaje del miércoles de ceniza se expresa con las palabras de San Pablo: «Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortara por medio de nosotros. Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros para que en El fuéramos justicia de Dios» (2Cor 5, 20-21).
¡Colaborad con El!
El significado del miércoles de ceniza no se limita a recordarnos la muerte y el pecado; es también una fuerte llamada a vencer el pecado, a convertirnos. Lo uno y lo otro expresan la colaboración con Cristo. ¡Durante la Cuaresma tenemos ante los ojos toda la "economía" divina de la gracia y de la salvación! En este tiempo de Cuaresma acordémonos de «no recibir en vano la gracia de Dios» (2Cor 6, 1).
Jesucristo mismo es la gracia más sublime de la Cuaresma. Es El mismo quien se presenta ante nosotros en la sencillez admirable del Evangelio: de su palabra y de sus obras. Nos habla con la fuerza de su Getsemaní, del juicio ante Pilato, de la flagelación, de la coronación de espinas, del vía crucis, de su crucifixión, con todo aquello que puede conmover al corazón del hombre.
Toda la Iglesia desea estar particularmente unida a Cristo en este período cuaresmal, para que su predicación y su servicio sean aún más fecundos. «Este es el tiempo propicio, éste es el día de la salud» (2Cor 6. 2).
4. Vencido por la profundidad de la liturgia de hoy, te digo, pues, a Ti, Cristo, yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma, con todos mis hermanos y hermanas en la única fe de tu Iglesia, con todos los hermanos y hermanas de la inmensa familia humana:
«Apiádate de mí, ¡oh Dios!, según tu benignidad. / Por vuestra gran misericordia borra mi iniquidad. Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón puro / y renueva dentro de mí un espíritu recto. No me arrojes de tu presencia / y no quites de mí tu santo espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación, / sosténgame un espíritu generoso» (Sal 50).
«Entonces Yavé, encendido en celo por su tierra, perdonó a su pueblo» (Jl 2, 18).
Amén.

viernes, 11 de marzo de 2011

Carta Pastoral de Mons. Jaime Fuentes Obispo de Minas sobre la Cuaresma 2011

 
Hoy, Miércoles de Ceniza, comienzan a correr cuarenta días, que bien pueden ser los más importantes del año. ¿Por qué? Porque, si aprovechamos bien la gracia de Dios que traen consigo, podremos terminar este tiempo de Cuaresma percibiendo, radiantes, que Jesucristo vive, que me quiere, que dio su vida por mí. En pocas palabras: la Cuaresma bien vivida nos llevará a saborear el sentido de esta sublime exclamación: ¡Felices Pascuas!
¿Qué debemos hacer, pues, para sacarle el máximo partido a este tiempo litúrgico, que termina con la celebración incomparable de la resurrección de Jesús? En primer lugar, someter el alma a un “chequeo” para decirle sinceramente al Señor, con el Salmo que recitamos en la Misa de hoy: “Yo reconozco mi delito, y mi pecado está de continuo ante mí. Contra Ti, contra Ti sólo he pecado y he hecho lo que es malo a tus ojos” (Salmo 50). A continuación, pedirle humildemente con el mismo Salmo: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva en mi interior un espíritu firme. Lávame y quedaré más blanco que la nieve”.

Implorando esta gracia de conversión –sin ella, sin el auxilio divino, no podemos dar ni un paso-, insistiremos: “Ten misericordia de mí, Dios mío, según tu bondad; según tu inmensa compasión borra mi delito. Lávame por completo de mi culpa, y purifícame de mi pecado.

PARA HACER UN CHEQUEO

En este itinerario de conversión, de acercamiento a Dios, la dificultad mayor la tendría una persona que, haciendo su “chequeo” espiritual, dijera que no encuentra nada de qué arrepentirse, que él o ella es “buena gente”, que nunca mató a nadie, que nunca robó, que… ¡Pobre!, habría que ayudarla. Un modo puede ser ir desmenuzando cada uno de los siete pecados capitales:

- La soberbia, para empezar, con sus innumerables expresiones: incomprensiones puramente imaginarias, silencios amargos, ofensas inventadas, quejas, discusiones inmotivadas…

- La avaricia, el apegamiento a lo que se tiene, aunque no sea mucho en cantidad, que lleva a faltas de caridad elementales, de generosidad, de preocupación por los otros…A tener como norma de conducta el “yo-mi-me-conmigo”…

- La lujuria: actos contrarios a la castidad, dentro y fuera del matrimonio; deseos consentidos, miradas televisivas y en vivo y en directo, faltas al pudor… y un largo etcétera.

- La ira: ¡ay la violencia doméstica, verbal y también física!; en la familia y también en el trabajo, en el tránsito, en la calle…

- La gula: borracheras, comilonas, excesos permanentes que llevan a otras faltas, porque los pecados están todos hermanados y se ayudan entre sí.

- La envidia, que aliada con la soberbia tiene efectos desastrosos: críticas, difamaciones, verdaderas calumnias, chismes, divisiones…

- La pereza, que está metida en todo: nos da pereza rezar, trabajar con responsabilidad, hacer un favor…

En fin, estos son apenas unos pocos ejemplos, que pueden servir para conocernos mejor y reconocer la necesidad que tenemos de purificación: este caer en la cuenta es el principio de la conversión, de comenzar a sentir que somos hijos de Dios y que debemos empeñarnos en desarraigar de la propia vida lo que no condice con lo que somos. Después, en el silencio acompañado de la oración personal, nos conmoveremos meditando el capítulo 15 del evangelio de San Lucas: cada uno es ese hijo que, volviendo a casa, ve que el Padre sale a su encuentro, se le echa al cuello y se lo come a besos.

Durante el tiempo de Cuaresma, especialmente, hay que darle mucho trabajo a los sacerdotes, acercándonos al confesonario para abrir el propio corazón y descargar en el de Jesús –es el mismo Cristo quien por medio del sacerdote nos perdona- toda la basura que, al terminar la confesión, será triturada y enterrada para siempre: en la presencia de Dios, ¡“eso” nunca existió!

Entonces comienza la nueva vida, el vivir en gracia de Dios, que es vida gratuita, regalo divino: Dios empieza nuevamente a habitar en nuestra alma y a hacer que nuestra existencia tenga un relieve insospechado.

Hace pocos días fui con un amigo por la ruta 12, desde Minas hasta Pan de Azúcar, regresando luego por Valle Edén. Me quedé extasiado. Más de una vez me habían hablado de la belleza de ese paisaje, pero hasta ahora no había podido disfrutar de él: cerros y quebradas, montes de eucaliptos, inesperados horizontes que cambian en cada curva… Una delicia.

Vivir en gracia de Dios, ser de verdad sus amigos, saberse hermanos de Jesucristo y experimentar su presencia; empeñarse en sintonizar en Él los propios pensamientos y acciones… Todo esto es infinitamente más valioso que Valle Edén o, si se quiere así, es un volver al Edén, cuando el hombre y la mujer vivían en perfecta amistad y amor con su Creador.

Que nadie piense que estoy hablando de poesía o para místicos cultivadores de la vida espiritual: ser hijos de Dios y conformarse con “ir tirando”, con “la vamos llevando”, es inaceptable. La Cuaresma nos ofrece un año más la posibilidad de recomenzar a tener conciencia de nuestra dignidad.

LA CUARESMA DE MARTÍNEZ

“Hazme sentir gozo y alegría”, se lee también en el Salmo 50. “Aparta tu rostro de mis pecados y borra todas mis culpas”. Es el ruego lleno de esperanza que brota del corazón arrepentido. Y, junto con la humilde petición de perdón, el hombre siente necesidad de demostrar con hechos la sinceridad de su arrepentimiento.

Un mes atrás llevé casi hasta la cumbre del Verdún, en el auto –pequeño “privilegio” del Obispo- a un amigo que de otra manera no podía subir. Llegamos, rezamos, admiramos el precioso panorama que se ofrece a la vista, y emprendimos el descenso. Era domingo, y me encantó encontrar a unas cuantas personas subiendo el Cerro. En un momento, por la impresión que me causó, paré el auto: una mujer mayor, morena, voluminosa, con pelo entrecano, llevaba de la mano a dos niños y, supongo que eran sus nietos, otros dos iban también con ella. Subía lentamente, con dificultad. Y subía descalza.

Estuve pensando mucho en esa abuela, en su fe y en la transmisión de la fe a sus nietos que, estoy seguro, nunca olvidarán su ejemplo. La fe, como el amor, es sacrificada. Y se entiende sin dificultad que, durante el tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos anime especialmente a mostrar con nuestras obras la hondura del arrepentimiento por nuestros pecados.

Desde siempre, la oración, el ayuno y la limosna son los medios privilegiados para demostrarlo. ¡Qué oración la de esa mujer! Cada uno tiene que encontrar sus propios modos –cómo, cuándo, dónde- de expresar a Dios lo que lleva en su alma.

Quizás convenga aclarar que el ayuno no es un régimen para adelgazar. Estamos en un nivel diferente: se ayuna para manifestarle a Dios el arrepentimiento por haberlo ofendido; lo hago porque sé que estoy excesivamente apegado a la comida y/o a la bebida; se ayuna porque está experimentado que el alma aspira a volar muy alto… pero le gana lo que le pide el cuerpo. Entonces se entiende que hay que “domarlo”.

No obstante, es necesario actuar con sentido común, no vaya a ser que a uno le pase lo de Martínez, un personaje de José María Pemán que en una Cuaresma decidió ofrecerle a Dios el sacrificio de no fumar.

Que le costó, y mucho, lo supo Martínez y también su esposa. El hombre anduvo muy nervioso, se irritaba por cosas mínimas y, más de una vez, por cumplir su propósito penitencial, perdió la paciencia, levantó la voz…

El caso es que al terminar la Cuaresma, Martínez consiguió su objetivo y, vaya uno a saber si no fue por eso mismo, Martínez se murió. En las puertas del Cielo lo recibió San Pedro.

- ¿Tú quién eres?, le preguntó.

- Soy Martínez, contestó. ¿Cuándo puedo entrar?, preguntó impaciente.

- Veamos, veamos cuáles son tus méritos, dijo San Pedro mientras consultaba el gran fichero de los admitidos al Cielo.

- ¡Acabo de pasar toda la Cuaresma sin fumar!, exclamó Martínez con orgullo.

San Pedro buscaba y buscaba y no parecía encontrar la ficha.

- No te encuentro, le dijo mientras revisaba una vez más.

- ¿Cómo es posible?, se intranquilizó nuestro amigo. ¡Con el trabajo que me costó!

- No, no encuentro tu ficha, concluyó San Pedro.

- ¡Debe ser un error!, se quejó Martínez. ¿No podrías buscar por última vez?, le rogó.

San Pedro accedió. Tomó el gran fichero y comenzó a pasar las fichas una por una. Finalmente exclamó:

- ¡Aquí está!

- ¡Ya sabía yo que era una equivocación!, dijo Martínez. ¡Cómo no se me iba a tener en cuenta, con lo que me costó!...

- No, lo siento, aclaró San Pedro; en realidad, no es tuya la ficha, fue una confusión. Lo que dice es: SEÑORA DE MARTÍNEZ. Y te voy a leer lo que está anotado en ella: “Su esposo pasó una Cuaresma sin fumar”.

Más allá de la broma, es importante enfocar bien el ayuno, tratando de detectar cuáles son los apegamientos a los que uno debería renunciar: más difícil que el ayuno corporal, y más importante, será, por ejemplo, renunciar a un programa de televisión que impide conversar en familia o en el cual y con el cual se ofende y ofendo a Dios. O, yendo a un terreno que nos resulta muy costoso, a lo mejor es necesario proponerse renunciar a UN mate, que puede ser la causa por la que se dilata, o no se hace, un rato de oración. En fin, la casuística resultaría interminable.

El profeta Daniel le dijo al rey Nabucodonosor: - Majestad, acepta de buen grado mi consejo: expía tus pecados con limosnas, y tus iniquidades socorriendo a los pobres (Daniel 4, 24). Es un consejo de validez permanente, muy a tener en cuenta en este tiempo de purificación: ¿cómo pretender vivir en paz con Dios y con uno mismo, mientras otros hermanos míos no tienen nada de lo que a mí me sobra? ¿Cómo es que tanto se endurece el corazón, que se hace insensible a las necesidades más elementales de los demás? ¡Hay tanto para rectificar en nuestra vida!...

Le pido al Señor, por intercesión de su Madre Santísima, que en esta Cuaresma queramos dar un paso adelante en nuestra vida de hijos de Dios, Padre nuestro. Es mucho lo que Él tiene derecho a esperar de cada uno de nosotros y no podemos defraudarlo.

Los bendigo con todo afecto en el Señor,

+ Jaime Fuentes

Obispo de Minas



jueves, 10 de marzo de 2011

CUARESMA 2011

Estimados hermanos, he querido compartir este mensaje que la congregación del clero les dirige a los sacerdotes en la cuaresma 2011
Y  a nosotros nos  puede ayudar a profundizar  sobre todo a rezar por nuestros pastores, pidiendo al Señor que surgan más vocaciones sacerdotales para nuestra iglesia
  
MENSAJE A LOS SACERDOTES
Cuaresma 2011

S. Em. R. el Cardenal Mauro Piacenza
Prefecto de la Congregación para el Clero

Queridos hermanos en el Sacerdocio,

El tiempo de gracia, que se nos ofrece para vivirlo juntos, nos llama a una conversión renovada, así como siempre nuevo es el Regalo del Sacerdocio ministerial, a través del cual, el Señor Jesús se hace presente en nuestras vidas y, por medio de ellas, en la vida de todos los hombres.
Conversión, para nosotros Sacerdotes, significa sobre todo conformar cada vez más nuestra vida a la predicación, que cotidianamente podemos ofrecer a nuestros fieles, si de tal modo nos transformamos en “fragmentos” del Evangelio viviente, que todos puedan leer y acoger.
Fundamento de una tal actitud es, sin duda, la conversión a la propia identidad: ¡debemos convertirnos en aquello que somos! La identidad, recibida sacramentalmente y acogida por nuestra humanidad herida, nos pide la progresiva conformación de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestras actitudes, de todo cuanto somos a la imagen de Cristo Buen Pastor, que ha sido impresa sacramentalmente en nosotros. 
Tenemos que entrar en los Misterios que celebramos, especialmente en la Santísima Eucaristía, y dejarnos plasmar por ellos; ¡Es en la Eucaristía que el Sacerdote redescubre la propia identidad! Es en la celebración de los Divinos Misterios donde se puede descubrir el “como” ser pastores y el “qué cosa” sea necesario hacer, para serlo verdaderamente al servicio de los hermanos.
Un mundo descristianizado necesita de una nueva evangelización, pero una nueva evangelización exige Sacerdotes “nuevos”, pero no en el sentido del impulso superficial de una efímera moda pasajera, sino con un corazón profundamente renovado por cada Santa Misa; renovado según la medida del amor del Sagrado Corazón de Jesús, Sacerdote y Buen Pastor.
Particularmente urgente es la conversión del ruido al silencio, de la preocupación por el “hacer” al “estar” con Jesús, participando cada vez más conscientemente de Su ser. ¡Cada acción pastoral tiene que ser siempre eco y dilatación de lo que el Sacerdote es!
Tenemos que convertirnos a la comunión, redescubriendo lo que realmente significa: comunión con Dios y con la Iglesia, y, en ella, con los hermanos. La comunión eclesial se caracteriza fundamentalmente por la conciencia renovada y experimentada de vivir y anunciar la misma Doctrina, la misma Tradición, la misma historia de santidad y, por lo tanto, la misma Iglesia. Estamos llamados a vivir la Cuaresma con un profundo sentido eclesial, redescubriendo la belleza de estar en una comunidad en éxodo, que incluye a todo el Orden sacerdotal y a toda nuestra gente, que mira a los propios Pastores como a un modelo de segura referencia y espera de ellos un renovado y luminoso testimonio.
Tenemos que convertirnos a la participación cotidiana del Sacrificio de Cristo sobre la Cruz. Así como Él dijo y realizó perfectamente aquella sustitución vicaría, que ha hecho posible y eficaz nuestra Salvación, así cada sacerdote, alter Christus, es llamado, como los grandes santos, a vivir en primera persona el misterio de tal sustitución, al servicio de los hermanos, sobre todo en la fiel celebración del Sacramento de la Reconciliación, buscándolo para sí mismos y ofreciéndolo generosamente a los hermanos, juntamente con la dirección espiritual, y con la oferta cotidiana de la propia vida en reparación por los pecados del mundo. Sacerdotes serenamente penitentes delante del Santísimo Sacramento, que capaces de llevar la luz de la sabiduría evangélica y eclesial en las circunstancias contemporáneas, que parecen desafiar nuestra fe, se vuelvan en realidad auténticos profetas, capaces, a su vez, de lanzar al mundo el único desafío auténtico: el desafío del Evangelio, que llama a la conversión.
A veces, la fatiga es verdaderamente grande y experimentamos ser pocos, con respecto a las necesidades de la Iglesia. Pero, si no nos convertimos, seremos cada vez menos, porque sólo un sacerdote renovado, convertido, “nuevo” se convierte en instrumento eficaz, a través del cual, el Espíritu llama a nuevos sacerdotes.
Confiamos este camino cuaresmal, a la Bienaventurada Virgen María, Reina de los Apóstoles, suplicando a la Divina Misericordia, que sobre el modelo de la Madre celeste, nuestro corazón sacerdotal se vuelva también “Refugium peccatorum”.