domingo, 27 de febrero de 2011

Mensaje de la Conferencia Episcopal del Uruguay con motivo del Bicentenario del Proceso de Emancipación Oriental







A todos los fieles católicos y a todo el pueblo oriental:
¡Gracia y paz con ustedes!
1. En 2011 celebramos  en el Uruguay  el Bicentenario del Proceso de Emancipación Oriental. Recordamos los  principales hechos de 1811: Grito de Asencio, Batalla de Las Piedras, Éxodo del Pueblo Oriental.  De esta  forma asumimos juntos la memoria de nuestro pasado, a fin de hacer crecer la unión y el afecto social de  nuestro pueblo en el presente, y responsabilizarnos de nuestra marcha hacia el futuro.
2. Hace doscientos años, la Banda Oriental era una provincia del imperio español, de contornos no del todo  definidos.  Entonces  comenzó  nuestro pueblo  a configurar su identidad, expresando su autonomía y  reconociendo como líder a uno de los suyos: José Artigas.
3. Así se iniciaba el  difícil camino que llevaría finalmente a la conformación de una nación independiente, 
hermana entre las Repúblicas  de América Latina, patria de quienes nos reconocemos en el añejo nombre de  “orientales” y en el más moderno de “uruguayos”.
4. Como creyentes reconocemos la Providencia de Dios, Señor de la Historia, en los avatares de los 
acontecimientos  vividos. Son éstos ocasión de dar gracias a Dios e invocar su ayuda, de reconocer errores, pedir perdón y buscar nuevos caminos.
5. Los hombres y mujeres que participaron en el proceso de emancipación eran en su inmensa mayoría católicos. 
La visión que tenían acerca del hombre y su existencia, de los pueblos y sus derechos, de la vida y de la  muerte, estaba profundamente iluminada por la fe católica y su cultura, con  diversos enfoques y diferentes  aportes ideológicos. La Iglesia, tanto en sus fieles laicos como en sus sacerdotes, formó parte activa del  proceso de forja de nuestro pueblo desde el principio de su constitución en el período colonial, durante la gesta  emancipadora y a lo largo de los dos siglos siguientes.
6. Hoy como ayer, la Iglesia con todos sus miembros, participa activamente en la construcción de la Patria. 
7. Creemos que  la mirada al pasado es ocasión para reafirmar nuestra identidad nacional, considerar el 
patrimonio que nuestro pueblo ha construido en estos doscientos años, rescatar nuestros más auténticos valores  fundacionales y discernir, junto con todos nuestros conciudadanos, cómo seguir construyendo nuestra historia en la verdad, la justicia, la libertad y el amor.
8. Nos animan las palabras de Juan Pablo II en la multitudinaria Misa celebrada en Tres Cruces, el 1 de abril de  1987: “Vuestra patria nació católica. Sus próceres se valieron del consejo de preclaros sacerdotes que  alentaron los primeros pasos de la nación uruguaya con la enseñanza de Cristo y de su Iglesia, y la  encomendaron a la protección de la Virgen de los Treinta y Tres. El Uruguay de hoy encontrará los caminos de 
la verdadera reconciliación y del desarrollo integral que tanto ansía, si no aparta los ojos de Cristo, Príncipe de  la Paz y Rey del universo”.
9. Desde Florida, unidos a los peregrinos, invocamos para todo nuestro pueblo la protección de nuestra “Capitana  y Guía”, Santa María, la Virgen de los Treinta y Tres.
                                                                                                                                      14 de noviembre de 2010
                                            Los Obispos del Uruguay


sábado, 26 de febrero de 2011

TESTIMONIO DE Sor Marie Simon Pierre

Queremos seguir dando pasos para este gran acontencimiento que en la iglesia viviremos en los próximos meses. Y cuando me surge la idea de crear este humilde espacio, algunos amigos me decian que lindo sería tener testimonios de personas que compartieron con Juan Pablo II.
Por eso acontinuación les presento el testimonio de la hermana Marie Simon Pierre, quien tuvo la gracia de ser curada por la interecesión del siervo de Dios.

En junio de 2001, me diagnosticaron la enfermedad de Parkison.
La enfermedad había afectado a toda la parte izquierda del cuerpo, creándome graves dificultades, pues soy zurda. Después de tres años, a la fase inicial de la enfermedad, lenta pero progresiva, siguió un agravamiento de los síntomas: acentuación de los temblores, rigidez, dolores, insomnio... Desde el 2 de abril de 2005 empecé a empeorar de semana en semana, desmejoraba de día en día, no era capaz de escribir (repito que soy zurda) y si lo intentaba, lo que escribía era ininteligible. Podía conducir sólo en recorridos breves, porque la pierna izquierda se bloqueaba a veces y la rigidez habría impedido el conducir. Para llevar a cabo mi trabajo, en un hospital, empleaba además más tiempo del normal. Estaba agotada.

Después de saber el diagnóstico, me resultaba difícil ver a Juan Pablo II en la televisión. Me sentía, sin embargo, muy cercana a él en la oración y sabía que él podía entender lo que yo vivía. Admiraba también su fuerza y su valor, que mi estimulaban para no rendirme y para amar este sufrimiento, porque sin amor no tenía sentido todo esto. Puedo decir que era una lucha diaria, pero mi único deseo era vivirla con fe y en la adhesión amorosa a la voluntad del Padre.
En Pascua (2005) deseaba ver a nuestro Santo Padre en la televisión porque sabía, en mi interior, que sería la última vez. Me preparé durante toda la mañana a aquel “encuentro” sabiendo que sería muy difícil para mi, pues me haría ver cómo me encontraría yo de ahí a algún año. Me resultaba aún más duro siendo relativamente joven... Un servicio inesperado, sin embargo, me impidió verlo.
En la tarde del 2 de abril, nos reunimos toda la comunidad para participar en la vigilia de oración en la plaza de San Pedro, retransmitida en directo por la televisión francesa de la diócesis de París (KTO)... todas juntas escuchamos el anuncio del fallecimiento de Juan Pablo II; en ese momento, se me cayó el mundo encima, había perdido al amigo que me entendía y que me daba la fuerza para seguir adelante. En los días siguientes, tenía la sensación de un vacío enorme, pero también la certeza de su presencia viva.
El 13 de mayo, festividad de Nuestra Señora de Fátima, el Papa Benedicto XVI anunciaba la dispensa especial para iniciar la Causa de Beatificación de Juan Pablo II. A partir del día siguiente, las hermanas de todas las comunidades francesas y africanas empiezan a pedir mi curación por intercesión de Juan Pablo II. Rezan incesantemente hasta que les llega la noticia de la curación.

En ese período estaba de vacaciones. El 26 de mayo, terminado el tiempo de descanso, vuelvo totalmente agotada por la enfermedad. “Si crees, verás la gloria de Dios”: esta frase del Evangelio de san Juan me acompañaba desde el 14 de mayo.
El 1 de junio ya no podía más, luchaba por mantenerme de pie y caminar. El 2, por la tarde, fui a buscar a mi superiora para pedirle si podía dejar el trabajo. Ella me animó a resistir aún un poco más hasta mi vuelta de Lourdes, en agosto, y añadió: “Juan Pablo II no ha dicho aún su última palabra” (Juan Pablo II estaba seguramente allí, en aquel encuentro que transcurrió sereno y en paz). Después, la madre superiora me dió una pluma y me dijo que escribiera: “Juan Pablo II”. Eran las 5 de la tarde. Con esfuerzo escribí: “Juan Pablo II”. Nos quedamos en silencio ante la letra ilegible... después, la jornada continuó como de costumbre.
Al terminar la oración de la tarde, a las 9 de la noche, pasé por mi despacho antes de ir a mi habitación. Sentía el deseo de coger la pluma y escribir, algo así como si alguien en mi interior me dijese: “Coge la pluma y escribe ”... eran las 9.30-9.45 de la noche. Con gran sorpresa ví que la letra era claramente legible: sin comprender nada, me acosté. Habían pasado exactamente dos meses desde la partida de Juan Pablo II a la Casa del Padre... Me desperté a las 4.30 sorprendida de haber podido dormir y de un salto me levanté de la cama: mi cuerpo ya no estaba insensible, rígido, e interiormente no era la misma.
Después, sentí una llamada interior y el fuerte impulso de ir a rezar ante el Santísimo Sacramento. Bajé al oratorio y recé ante el Santísimo. Experimenté una profunda paz y una sensación de bienestar; una experiencia demasiado grande, un misterio difícil de explicar con palabras.
Después, ante el Santísimo Sacramento, medité sobre los misterios de luz de Juan Pablo II. A las 6 de la mañana, salí para reunirme con las hermanas en la capilla para un rato de oración, al que siguió la celebración eucarística.
Tenía que recorrer cerca de 50 metros y en aquel mismo momento me di cuenta de que, mientras caminaba, mi brazo izquierdo se movía, no permanecía inmóvil junto al cuerpo. Sentía también una ligereza y agilidad física que no sentía desde hacía tiempo.
Durante la celebración eucarística estaba llena de alegría y de paz; era el 3 de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Al salir de la Santa Misa, estaba segura de mi curación... mi mano no temblaba más. Fui otra vez a escribir y a mediodía dejé de tomar las medicinas.

El 7 de junio, como estaba previsto, fui al neurólogo, mi médico desde hacía cuatro años. También él quedó sorprendido al constatar la desaparación de todos los síntomas de la enfermedad, a pesar de haber interrumpido el tratamiento desde hacía cinco días. El día después, la superiora general confió a todas nuestras comunidades la acción de gracias y toda la congregación comenzó una novena en acción de gracias a Juan Pablo II.
Han pasado ya diez meses desde que interrumpí todo tipo de tratamiento. He vuelto a trabajar normalmente, no tengo dificultad para escribir y conduzo también en recorridos largos. Me parece como si hubiese renacido: una vida nueva, porque nada es igual que antes.
Hoy puedo decir que un amigo ha dejado nuestra tierra, pero está ahora mucho más cerca de mi corazón. Ha hecho crecer en mí el deseo de la adoración al Santísimo Sacramento y el amor a la Eucaristía, que ocupan un puesto prioritario en mi vida cotidiana.
Lo que el Señor me ha concedido por intercesión de Juan Pablo II es un gran misterio difícil de explicar con palabras, algo muy grande y profundo... pero nada hay imposible para Dios.
Sí, “si crees, verás la gloria de Dios”.

       







       Sor Marie Simon Pierre

martes, 22 de febrero de 2011

35 frases de mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma 2011


“Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con Él también habéis resucitado” (Col 2, 12)
1.- La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo muy valioso e importante.

2.- La comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor.
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El signo del bautismo

3.- Esta misma vida ya se nos transmitió el día del Bautismo, cuando “al participar de la muerte y resurrección de Cristo”, comenzó para nosotros “la aventura gozosa y entusiasmante del discípulo”.

4.- El hecho de que en la mayoría de los casos el Bautismo se reciba en la infancia pone de relieve que se trata de un don de Dios: nadie merece la vida eterna con sus fuerzas. La misericordia de Dios, que borra el pecado y permite vivir en la propia existencia “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5) se comunica al hombre gratuitamente.

5.- El apóstol de los gentiles, en la Carta a los Filipenses, expresa el sentido de la transformación que tiene lugar al participar en la muerte y resurrección de Cristo, indicando su meta: que yo pueda conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos (cf Flp 3, 10-11).

6.- El Bautismo, por tanto, no es un rito del pasado sino el encuentro con Cristo que conforma toda la existencia del bautizado, le da la vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la gracia, que lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.

7.- Un nexo particular vincula el Bautismo con la Cuaresma como momento favorable para experimentar la gracia que nos salva. Los padres del Concilio Vaticano II exhortaron a los pastores de la Iglesia a utilizar “los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal”.

8.- En efecto, desde siempre la Iglesia asocia la vigilia pascual a la celebración del Bautismo: en este sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cfRm 8, 11).

9.- Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de y de vida cristiana: viven realmente el Bautismo como un acto decisivo para su existencia.

Los cinco domingos de Cuaresma

10.-La Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía hacia un encuentro especialmente intenso son el Señor, haciéndonos recorrer las etapas del camino de la iniciación cristiana: para los catecúmenos, en la perspectiva de recibir el sacramento del renacimiento; y para quien está bautizado, con vistas a nuevos y decisivos pasos en el seguimiento de Cristo y en la entrega más plena a Él.

11.- El primer domingo del itinerario cuaresmal subraya nuestra condición de hombre en esta tierra. La batalla victoriosa contra las tentaciones, que da inicio a la misión de Jesús, es una invitación a tomar conciencia de la propia fragilidad para acoger la gracia que libera del pecado e infunde nueva fuerza en Cristo, camino, verdad y vida.

12.- Es una llamada decidida a la recordar que la fe cristiana implica, siguiendo el ejemplo de Jesús y en unión con Él, una lucha “contra los dominadores de este mundo tenebroso” (Ef 6, 12), en el cual el diablo actúa y no se cansa, tampoco hoy, de tentar al hombre que quiere acercarse al Señor: Cristo sale victorioso, para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos a vencer las seducciones del mal.

13.- El evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre.

14.- Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal” (cf Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.

15.- La petición de Jesús a la samaritana: “Dame de beber” (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del “agua que brota para la vida eterna” (v. 14).

16.- Es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos “adoradores verdaderos” capaces de orar al Padre en “espíritu y verdad” (v. 23). ¡Solo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Solo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, “hasta que descanse en Dios”, según las palabras célebres de San Agustín.

17.- El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: “¿Tú crees en el Hijo del hombre?”. “Creo, Señor” (Jn 9, 35,38, afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente.

18.- El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en Él a nuestro único Salvador. Él ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como “hijo de la luz”.

19.- Cuando, en el quinto domingo, se proclama la resurrección de Lázaro, nos encontramos frente al misterio último de nuestra existencia: “Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees esto?” (Jn 11, 25-26).

20.- Para la comunidad cristiana es el momento de volver a poner con sinceridad, junto con Marta, toda la esperanza en Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo (v. 27).

21.- La comunión con Cristo en esta vida nos prepara a cruzar la frontera de la muerte, para vivir sin fin en Él. La fe en la resurrección de los muertos y en la esperanza en la vida eterna abren nuestra mirada al sentido último de nuestra existencia: Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza.

De la cruz a la luz

22.- El recorrido cuaresmal encuentra su cumplimiento en el Triduo Pascual, en particular en la gran vigilia de la noche santa: al renovar las promesas bautismales, reafirmamos que Cristo es el Señor de nuestra vida, la vida que Dios nos comunicó cuando renacimos “del agua y del Espíritu Santo” y reafirmamos de nuevo compromiso de corresponder a la acción de la gracia para ser discípulos.

23.- Nuestro sumergirnos en la muerte y en la resurrección de Cristo mediante el sacramento del Bautismo nos impulsa cada día a liberar nuestro corazón del peso de las cosas materiales y de un vínculo egoísta con la “tierra”, que nos empobrece y nos impide estar disponibles y abiertos a Dios y al prójimo.

24.- En Cristo, Dios se ha revelado como Amor (cf I Jn, 4, 7-10). La Cruz de Cristo, la “palabra de la Cruz” manifiesta el poder salvífico de Dios (cf I Co, 1, 18), que se da para levantar al hombre y traerle la salvación: amor en su forma más radical (encíclica Deus caritas est, 12).

Ayuno, limosna y oración

25.- El ayuno, que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa, aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa –y no solo de lo superfluo-, aprendemos a apartar la mirada de nuestro “yo” para descubrir a alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos de nuestros hermanos.

26.- En nuestro camino también nos encontramos ante la tentación del tener, de la avidez del dinero, que insidia el primado de Dios en nuestra vida. El afán de poseer provoca violencia, prevaricación y muerte; por esto, la Iglesia, especialmente en el tiempo cuaresmal, recuerda la práctica de la limosna, es decir, la capacidad de compartir.
La idolatría de los bienes, en cambio, no solo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, la fuente única de la vida.

27.- La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.

28.- En todo el tiempo cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando en nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo.

29.- La oración nos permite también adquirir una nueva concepción del tiempo: de hecho, sin la perspectiva de la eternidad y de la transcendencia, simplemente marca nuestros pasos un horizonte que no tiene futuro.

30.- En la oración encontramos, en cambio, tiempo para Dios, para conocer que “sus palabras no pasarán” (cf Mc, 13, 31), para entrar en la íntima comunión con Él que “nadie podrá quitarnos” (cf Jn 16, 22) y que nos abre a la esperanza que nos falla, a la vida eterna.

Conversión para seguir e imitar a Cristo

31.- En síntesis, el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el misterio de la cruz, es “hacerme semejante a Él en su muerte” (Flp 3, 10) para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo como San Pablo en el camino de Damasco; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo.

32.- El periodo cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con revisión de vida, la gracia renovadora del sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.

33.- Mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo.

34.- Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico.

35.-Encomendemos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como Ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.

Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma 2011

“Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con Él también habéis resucitado” (Col 2, 12)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo muy valioso e importante, con vistas al cual me alegra dirigiros unas palabras específicas para que lo vivamos con el debido compromiso. La comunidad eclesial, asidua en la oración y en la caridad operosa, mientras mira hacia el encuentro definitivo con su Esposo en la Pascua eterna, intensifica su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia del misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor (cf Prefacio I de Cuaresma).

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Nexo entre Bautismo y Cuaresma







Los cinco domingos de Cuaresma












El ayuno


Mediante las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración, expresiones del compromiso de conversión, la Cuaresma educa a vivir de modo cada vez más radical el amor de Cristo.



La limosna



La idolatría de los bienes, en cambio, no solo aleja del otro, sino que despoja al hombre, lo hace infeliz, lo engaña, lo defrauda sin realizar lo que promete, porque sitúa las cosas materiales en el lugar de Dios, la fuente única de la vida. ¿Cómo comprender la bondad paterna de Dios si el corazón está lleno de uno mismo y de los propios proyectos, con los cuales nos hacemos ilusiones de que podemos asegurar el futuro? La tentación es pensar como el rico de la parábola: “Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años… Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma” (Lc 12, 19-20). La práctica de la limosna nos recuerda el primado de Dios y la atención hacia los demás, para redescubrir a nuestro Padre bueno y recibir su misericordia.


La oración





Queridos hermanos y hermanas: mediante el encuentro personal con nuestro Redentor y mediante el ayuno, la limosna y la oración, el camino de conversión hacia la Pascua nos lleva a redescubrir nuestro Bautismo. Renovemos en esta Cuaresma la acogida de la gracia que Dios nos dio en ese momento, para que ilumine y guíe todas nuestras acciones. Lo que el sacramento significa y realiza estamos llamados a vivirlo cada día siguiendo a Cristo de modo cada vez más generoso y auténtico.

Encomendemos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como Ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna.


Vaticano, 4 de noviembre de 2010


BENEDICTO XVI








domingo, 20 de febrero de 2011

Oficina de las Celebraciones Litúrgicas EL SANTO PADRE



Importante a tener en cuenta a partir de ahora algunos significados de los signos litúrgicos: 

LA CRUZ En el centro de
El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica , n. 218, hace la pregunta: "¿Qué es la liturgia?", Y responde:
"La liturgia es la celebración del Misterio de Cristo y su misterio pascual, en particular.En ella, mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, con signos se manifiestan y se dio cuenta de la santificación del pueblo y se ejerce por el Cuerpo Místico de Cristo, la Cabeza y miembros, el culto público, debido a Dios. "
A partir de esta definición, entendemos que en el corazón de la liturgia de la Iglesia es Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y de su misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección. La celebración de la celebración litúrgica debe ser la transparencia de esta verdad teológica. Durante muchos siglos, el signo elegido por la Iglesia para la orientación del corazón y el cuerpo en la liturgia es una representación de Jesús crucificado.
La centralidad del crucifijo en la celebración del culto divino se destacan más en el pasado, cuando existía la costumbre, el sacerdote que es el turno de fieles durante la celebración eucarística con el crucifijo en el centro, sobre el altar, que era normalmente contra la pared. Por la costumbre actual de celebrar "hacia el pueblo", a menudo la cruz se encuentra ahora en el lado del altar, la pérdida de su céntrica ubicación.
El entonces cardenal Joseph Ratzinger, teólogo, y ha insistido en repetidas ocasiones que, incluso durante la celebración "hacia el pueblo," el crucifijo debe mantener su posición central, que también es imposible pensar que la representación del Señor crucificado - que expresa su sacrificio y entonces el significado más importante de la Eucaristía - de alguna manera podría ser perjudicial.Después de convertirse en Papa, Benedicto XVI , en su prefacio al primer volumen de susGesammelte Schriften , dijo que estaba feliz de que estamos haciendo y más camino más a la propuesta que formuló en su famoso ensayo El espíritu de la liturgia . Esta propuesta fue la sugerencia de "no dar curso a nuevas transformaciones, sino simplemente poner la cruz en el centro del altar, a los que se puede ver el sacerdote y los fieles, para ser guiado en este camino hacia el Señor, oramos para que todos juntos."
El crucifijo en el centro del altar atrae a muchos significados bellos de la sagrada liturgia, que pueden resumirse Cita n 618 del Catecismo de la Iglesia Católica , una canción que termina con una cita agradable de Santa Rosa de Lima:
"La cruz es el único sacrificio de Cristo, que es el único mediador entre Dios y los hombres" (1 Timoteo 2:5). Sino porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (Concilio Ecuménico Vaticano II, Gaudium et spes , 22) les da "a todos la oportunidad de entrar en contacto de forma que Dios sabe, con el misterio pascual "( ibíd. ). Él llama a sus discípulos a tomar su cruz y seguirle (cf. Mt 16:24), porque él sufrió por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. 1 P 2,21). De hecho, quiere asociar a su sacrificio redentor a aquellos que son ellos mismos los principales beneficiarios (cf. Mc 10,39, Jn 21,18-19; Col 1,24). Esto se logra de una manera que conduzca a su Madre, asociada más íntimamente que cualquier otra en el misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2,35).Fuera de la cruz no hay otra escalera para subir al cielo "(Santa Rosa de Lima, cf. P. Hansen, mirabilis Vita , Lovaina, 1668).